Chris Zylka: el discreto señor Hilton

El actor de 'Leftovers', prometido de Paris Hilton, juega un papel secundario en el folletín nupcial que protagoniza la millonaria, que sigue exprimiendo hasta el paroxismo el filón de la celebridad

Paris Hilton y su prometido, el actor Chris Zylka, en una fiesta de HBO con motivo de los Globos de Oro.

Paris Hilton y su prometido, el actor Chris Zylka, en una fiesta de HBO con motivo de los Globos de Oro. / REUTERS / MARIO ANZUONI

Núria Marrón

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El peliculón nupcial que se está marcando Paris Hilton desde que el actor Chris Zylka hincó la rodilla en la nieve de Aspen, se sacó un pedrusco de diamantes del anorak y le habló de matrimonio es de esos que se estudiarán en las escuelas de negocio mientras sigamos inmersos en la edad de la celebridad turbocapitalista, de la que, no olvidemos, la heredera es ideóloga.

La mujer a la que la historiografía de la fama atribuye la invención del selfi, del reality de vips y de la marca personal (en su caso, construida sobre la exhibición chillona de la clase y el dinero, lo que le ha servido para vender desde perfumes hasta complementos para perros) ha encontrado en los preparativos nupciales nuevos argumentos para a) colar cada día algún que otro titular y b) colgar posts en los que aparece con la melena aireada por un ventilador, mientras pone caras de llevar las piedras vaginales de Gwyneth Paltrow y publicita alguno de sus tropecientos productos de belleza bajo 'hashtags' del corte #amorverdadero y #locaporti. Al tiempo, el novio, sin Instagram, sin Twitter y con apenas 12 líneas en la Wikipedia, se ajusta a su papel de sonriente secundario, justo cuando parece que su carrera empieza a marchar a grandes zancadas.

París, Londres

Así que mientras su prometida, de 36 años, explica a quien la quiera escuchar que se casarán en los próximos meses, que antes de que acabe el año ya habrán tenido un bebé al que llamarán «Londres» y que a la boda por supuesto invitarán a Kim Kardashian (exguardesa, cabe recordar, de su armario), el actor, de 32 años, tiene pendiente el estreno de su última película, 'The Death and Life of John F. Donovan', del canadiense Xavier Dolan, y espera que su papel en la serie 'The Leftovers' (HBO) sea esa grieta definitiva que le permita colarse en las grandes ligas de Hollywood.

Justo hace 10 años, este descendiente de rusos afincados en Ohio y cuyo abuelo le enseñó el método Stanislavski

–sí: nunca se sabe donde acaba la biografía y empiezan las fantasías de los publicistas– se instaló en Los Ángeles y, según explica, pasó una temporada durmiendo tras un contenedor en un párquing del 7-Eleven y duchándose en centros comerciales. Todo eso, cuenta, pasó antes de que empezara a participar en un puñado de capítulos de series como 'Sensación de vivir', 'Todo el mundo odia a Chris' y 'Hannah Montana', y a cumplir con ese rito de iniciación que consiste en abonar el terror adolescente ('Psicosis en mis super dulces 16' y' Éramos pocos y llegaron los aliens'), luchar contra peces feroces ('Tiburón: la presa' y 'Piraña') y arrancar un crédito en una gran produccción ('The Amazing Spiderman').

Un anillo millonario custodiado las 24 horas

Por allá el 2010, cuando estaba rodando 'Kaboom', una película que lleva las juergas universitarias LGTBI a la ciencia ficción, conoció a Hilton en una fiesta de los Oscar. Y aunque ahora dicen que lo suyo fue «amor a primera vista», en el ínterin hasta su reencuentro, seis años más tarde, él salió con la actriz Lucy Hale y se comprometió con Hannah Bath, y ella añadió cuatro 'ex' más a su envidiable auditoría de conquistas.

«No estamos separados más de tres horas», asegura ahora la DJ, mientras sigue estirando como el chicle la trama conyugal, esta semana a propósito del anillo, que, según dicen, ha costado dos millones de dólares, la mitad del patrimonio del actor, y ha llevado a la heredera (con una fortuna de 300 millones) a contratar a un guardaespaldas para que lo custodie las 24 horas del día. ¿Caprichos de rica? Quizá el foro de Davos debería premiarla porque, a base de chifladuras, ha contribuido como pocos a normalizar la desigualdad y ese axioma tan de la era Trump que viene a decir que los millonarios pueden hacer exactamente lo que les dé la gana.