EN EL 25º ANIVERSARIO DE BARCELONA-92

Cuando el sueño era compartido

ENRIC HERNÀNDEZ

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El encendido de la llama olímpica fue en julio del 1992 una descomunal vela que atestiguaba ante el mundo entero la mayoría de edad de Barcelona. Y, con ella, de Catalunya. Nunca hasta entonces una ciudad había sido capaz de galvanizar tantos esfuerzos individuales, tanto entusiasmo ciudadano, para acoger unos Juegos Olímpicos y organizarlos con un éxito que deslumbró a todo el planeta. La bandera de los cinco anillos tuvo la enorme virtud de unir a todos los catalanes y cohesionar a la sociedad en su conjunto al amparo de un sueño compartido. No importaban la ideología, la lengua materna, el origen, ni las identidades nacionales. Cada cual aportaba su granito de arena para hacer posible el proyecto más ilusionante y transversal que jamás han acariciado los catalanes. La Catalunya plural y diversa, orgullosamente concebida como un sol poble, era imparable.

Barcelona y Catalunya unieron fuerzas con España para abrirse al mundo gracias a los Juegos. Hoy se sigue el camino inverso

Y lo fue, conviene recordarlo, porque contó en todo momento con la complicidad de España. De la España política, en la etapa dorada de la izquierda y mientras la derecha velaba armas en la oposición, pero también la de una sociedad española que hizo suyo el sueño olímpico de los catalanes. Sintonía que, por cierto, no se produjo en igual medida cuando, años más tarde, Madrid trató de emular la gesta barcelonesa.

La Barcelona del 2017, un cuarto de siglo después, solo se entiende a la luz de aquel pebetero que aún la ilumina. Esta edición especial del suplemento 'Más Periódico' analiza la transformación urbanística, social y económica experimentada por Barcelona y Catalunya gracias, entre otros factores, a las muy relevantes inversiones en obras públicas, muchas de ellas sufragadas por el Estado.

Esa capital ufana de su cosmopolitismo ha sabido ser acogedora con todos: turistas de paso y migrantes procedentes de cualquier territorio, de España o del mundo, en busca de una vida mejor. Ahora, en cambio, una parte de Catalunya parece dispuesta a seguir el camino inverso: la exaltación de la diferencia en lugar de las identidades compartidas, la confrontación en vez de la colaboración, la introspección y no la apertura de miras. Confiemos que la regresión no sea irreversible.