PROYECTO SOCIAL DE ARTE URBANO

Grafitis contra un vertedero

Con los ojos cerrados, Fanzara es cualquier pueblo del interior mediterráneo. El rumor de un tractor, el eco de charlas de jubilados y algún coche. Pero cuando se abren, todo cambia. Decenas de dibujos colorean sus blancas fachadas. Y todo por una reivindicación.

La mayoría de vecinos de la población del Alto Mijares se muestran orgullosos de las manifestaciones de arte urbano que decoran las paredes de sus casas desde hace unos años.

La mayoría de vecinos de la población del Alto Mijares se muestran orgullosos de las manifestaciones de arte urbano que decoran las paredes de sus casas desde hace unos años.

NACHO HERRERO

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Por la tranquila carretera que circula paralela al río Mijares, en Castellón, y sirve de ladera a la Sierra de Espadán deberían estar circulando hoy camiones de basura con destino a un vertedero. Ese era el plan de las autoridades de la provincia, encabezadas por el oscuro Carlos Fabra, presidente de la Diputación. Pero un puñado de vecinos de Fanzara, en cuyo término estaba la ubicación elegida, se opusieron y, tras años de lucha, ganaron las elecciones municipales del 2011 y frenaron la instalación de esa planta en este plácido valle.

Ahora, por esa idílica CV20 pasan coches de turistas e incluso autobuses. De momento, en su justa medida. Atraídos por el boca a boca, llegan desde Castellón, València y también desde Catalunya para ver con sus propios ojos un pueblo que se ha convertido en una referencia mundial del grafiti. Ahora sus vecinos se pasean entre robots, guerreros manga y extraños gatos que poco tienen que ver con los suyos. El proyecto MIAU (Museo Inacabado de Arte Urbano) ha llenado de colores las blancas paredes de las casas pero, sobre todo, ha devuelto el murmullo de las conversaciones a sus calles.

IDEA PEREGRINA

Todo empezó con una idea, de entrada, peregrina. Los nuevos dirigentes municipales pensaron que artistas alternativos, urbanos y jóvenes podían ayudar a restablecer los puentes rotos entre quienes tenían edad para ser sus abuelos y que estaban enfrentados. Unos querían el vertedero y otros, no. «La verdad es que era impensable que funcionara», cuenta, risueño, Javi López, uno de los impulsores del proyecto. «Porque, aunque a algunos nos gustaba ese arte, no formábamos parte de ese mundo y por cómo estaba el pueblo, partido por la mitad y con la convivencia totalmente deteriorada. Unos, digamos los nuestros, no lo entendían y los otros nos querían matar», recuerda.

De hecho, no encontraron la forma de poner en marcha el proyecto hasta que, ya casi al final de la legislatura, un primo de un vecino les dio el teléfono de un tal 'Pincho', un grafitero de Madrid. «Flipó un poco cuando le llamamos, pero vino a conocernos y a ayudarnos. El primer año él hizo el boca a boca explicando quiénes éramos y el proyecto», explica. Cuando llegaron los pintores apenas había cinco paredes disponibles. «Pincho no tenía claro que fueran a durar ni dos semanas y habíamos comprado pintura blanca por si acaso», relata. Pero al ver los primeros resultados, otros vecinos se animaron y, sobre todo, con la excusa de los visitantes, volvieron a hablar entre ellos. «Es que este es un proyecto social, de convivencia. Los artistas no cobran. Les damos alojamiento en casa de algún vecino, y las comidas las hace la gente del pueblo. Hay un voluntariado y cada uno hace una cosa. Los artistas tienen que convivir y hacer pedagogía, pararse a tomar una cerveza o hablar un rato cuando les traen un trozo de coca», cuenta. «Las conversaciones son berlanganianas», asegura. Que si «vaya pendiente que llevas», que si «estás en los huesos» o «a ver qué vas a pintar». Pero luego, apunta, mantienen el contacto por Facebook o Whatsapp.

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«Ahora ya no tenemos gente en contra», cuenta, satisfecho. En el bar que sirve de sede permanente lo ratifican. O casi. «Al principio yo creo que estaba todo 50/50. Muy dividido. Ahora diría que será 85/15. Había gente que se sabía que estaba en contra y ahora los ves enseñándoles el pueblo a amigos o familiares», cuenta el dueño. «Por política y otras hierbas hay quien no está de acuerdo, pero ahora al pueblo lo conoce todo el mundo, antes no sabían que existíamos ni los de Castellón. Y viene gente cualquier día. A mí, me gusta», afirma Román Edo, uno de los vecinos que ha cedido sus fachadas en un improvisado debate en el garaje en el que almuerzan. Pero en este tipo de pueblos no olvidan las prioridades. «De un vertedero a esto, el cambio no ha estado mal, pero eso no quita que crea que en parte es una tontería que no soluciona los problemas gordos. Hemos estado 30 años dejados», lamenta.

25.000 VISITANTES

Ese es el siguiente reto del MIAU: mantener su esencia como proyecto de convivencia pero aportar más al pueblo. «Hay que ver cómo lo organizamos para que dé puestos de trabajo. Hasta ahora solo permite financiarnos», apunta Javi López, que remarca que «lo único que puede parar el proyecto ahora son los vecinos, el proyecto es suyo, no es del ayuntamiento, ni de la asociación».

Calculan, por el rudimentario pero eficaz método de los trípticos repartidos, que han pasado ya por allí cerca de 25.000 personas. «Hemos flipado con el impacto mediático -reconoce López-, pero no queremos ser como el FIB de Benicàssim. Este es un proyecto de convivencia y cuanta más gente hay menos se convive», opina. La idea es mantener el tamaño del actual festival pero diversificarlo abriéndolo a otras disciplinas, en parte porque ya faltan paredes. El año pasado probaron y la intervención de un parking vertical de coches prensados ya fue elegida como una de las mejores del año por I support street art, que ya ha premiado varios de sus grafitis.

Candidatos no les van a faltar pues para este año se han inscrito más de 200 artistas en la convocatoria. «Estamos abiertos a cualquier disciplina pero seguimos queriendo que la gente venga a convivir. Si encima nos dejan algo de su obra, pues mejor. El abanico que tenemos para decidir ahora es inmenso. Tiene que ser un buen artista pero también una buena persona, y tiene que saber a dónde viene y entender que lo que haga, los vecinos lo van a ver todos los días del año y el vecino que cede su pared no puede elegir. Pero tienen total libertad», resalta López.

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«Los días del festival son un fiestón», asegura, convencido, Vicente Serrano, otro vecino. El 6 de julio arrancará la cuarta edición. «Vienen artistas de mucha categoría y es una fiesta muy bonita. Las pinturas hay unas que me gustan muchísimo y otras que no, pero cada uno tiene su gusto», añade, convencido. Así que el objetivo es aumentar los visitantes, cuando no hay festival. Como esta pasada Semana Santa, donde calculan que algunos días llegaron cerca de 1.000 personas a conocer el pueblo. Eso sí, no olvidarán al primer grupo que llegó a visitarlos. «Era una asociación de amas de casa de Castellón, nos llamaron y nos preguntaron si hacíamos visitas guiadas, por supuesto no las hacíamos pero dijimos que sí. Vinieron, les enseñé el pueblo y cada una de las 60 me dio un beso antes de subir al autobús de vuelta», evoca, encantado.

Ahora, además de amas de casa, van a Fanzara alumnos de institutos de la provincia. Antes, realizan algún proyecto en sus clases de plástica y después lo ponen en práctica en los talleres de grafitis con los que acaban las visitas. Y dan qué hablar a los vecinos, que de eso se trata.