el personaje de la semana

Felipe González, el Caballero Jedi

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DANIEL VÁZQUEZ SALLÉS

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Felipe González fue un día Isidoro.  Por aquel entonces, Isidoro era un joven apuesto  e irradiaba magnetismo como joven líder de un socialismo que había estado dormido hasta el tardofranquismo.  Isidoro, el nombre clandestino de Felipe González, estaba llamado a convertirse en el  dirigente de la nueva izquierda, la de camisas a cuadros y chaquetas de pana, la que bebía de las fuentes del mayo francés, que debía rescatar a España de las garras de los burócratas de la dictadura.

De aquel Isidoro, de profesión, abogado laboralista, al Felipe González, de profesión, sus labores, han pasado 40 años. Cuatro décadas en las que Felipe González ha tenido una influencia trascendental en la historia de España: primero, como general en el campo de batalla, más tarde, como general en la reserva.

Dijo Felipe González que los expresidentes «son como jarrones chinos en apartamentos pequeños. Todos les suponen un gran valor, pero nadie sabe dónde ponerlos y, secretamente, se espera que un niño les dé un codazo y los rompa». Una frase brillante, a la altura de un estadista de talla y acérrimo lector, pero González, cuya modestia es un secreto por descubrir en un programa dedicado a fenómenos paranormales,  tiene muy poco de patriarca otoñal dedicado a desgranar granadas mientras contempla desde su balancín el curso pacífico de las aguas de un río.

De jarrón chino, el expresidente solo tiene la cara y el culo, como consecuencia de las horas perdidas en los múltiples consejos de administración en los que participa. En el 2014, González  anunció que abandonaba el consejo de administración de Gas Natural porque se aburría a pesar de los 127.000 euros que engrosaba anualmente en su cuenta bancaria. Al expresidente se le habían quedado la cara y el culo duros como la porcelana de tanto asistir a reuniones sempiternas, aunque los jarrones chinos de nueva generación están hechos de acero inoxidable.

Votar al más guapo

La trayectoria de Felipe González no ha sorprendido a nadie. En tiempos de crisis la transmisión de revivals es el mejor subterfugio para demostrar que cualquier tiempo pasado no fue mejor,  y a menudo emiten las imágenes de una viejecita votando en las primeras elecciones democráticas de 1977. En blanco y negro, a la anciana le preguntan a quién va a votar y ella contesta que al más guapo de los dos, a Adolfo Suárez. Felipe González tardó cinco años en hacerse con el trono de míster España de la política y no lo abandonó hasta 14 años más tarde. Una vez en el poder, Felipe hizo suya aquella frase de donde dije digo, digo Diego, y envalentonado por el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, desplegó con entusiasmo la ley orgánica de armonización del proceso autonómico, más conocida como LOAPA, y abandonó los versos de La internacional para abrazar los postulados de una socialdemocracia complaciente con el gran capital. La mayoría absoluta siempre es negativa con el partido que la posee y la primera decisión fue meter a España en la OTAN tras un referéndum en el que el Míster Hyde del socialismo se convirtió en el Doctor Jekyll del atlantismo.

Sería de necios negar la modernidad que experimentó España durante los 14 años de reinado felipista, pero existen manchas que jamás van a borrarse. El caso Filesa, el caso Juan Guerra, el caso Roldán o el terrorismo de Estado perpetrado por los GAL son sombras que empañan el currículo de un hombre que ha logrado sobrevivir protegido tras la aureola de gran estadista a pesar de que las matemáticas le señalan como el señor X de la ecuación antiterrorista.

Aires de terrateniente

Desde que Felipe González legó el poder a José María Aznar, su vida ha estado dedicada a impartir magisterio político y a mimar y a dejarse mimar por las amistades que cultivó a lo largo de su mandato. Dicen que González tiene dos vidas. Una en América, por cuyas fronteras camina con aires de terrateniente amigo de Carlos Slim, y otra en España, país en el que recupera  el espíritu de enfant terrible de los jubilados políticos de la pseudoizquierda, dispuesto a aleccionar a los que se han desviado del recto camino. Más que de un jarrón chino,  Felipe tiene el porte de un Caballero Jedi, los guardianes de la Galaxia. Su último viaje a Venezuela dispuesto a  defender a Leopoldo López y Antonio Ledezma, líderes encarcelados de la oposición venezolana, demuestra que Felipe González sigue muy vivo.

Tras su artículo A los catalanes publicado en El País, a Felipe se le espera en Catalunya para que siga difundiendo los mandamientos del Código Jedi:   no existe emoción, solo existe paz; no existe ignorancia, solo existe conocimiento; no existe pasión, existe serenidad; no existe caos, existe armonía; no existe la muerte, existe la Fuerza.

Que la fuerza le acompañe.