La flota blanca de los Juegos
Óscar Hernández
Periodista
ÓSCAR HERNÁNDEZ / BARCELONA
Una de las grandes innovaciones de los Juegos del 92 con respecto a anteriores JJOO fue el despliegue de los llamados conductores olímpicos. Unos 2.000 voluntarios, uniformados con polo blanco y traje azul, se desplegaron en la ciudad y en el resto de sedes olímpicas a bordo de unos 1.500 turismos, la mayoría Seat Toledo y furgonetas Volkswagen. Su misión era llevar a todos los miembros de la familia olímpica (comité organizador, delegaciones de países y atletas, por toda la ciudad de forma gratuita y diligente). Los conductores de esta flota blanca podían ser asignados a una delegación, operar a demanda o ser parados por la calle por alguna persona acreditada.
Los voluntarios fueron seleccionados en entrevistas y luego formados en las instalaciones de Seat en la Zona Franca. Y al comenzar los juegos, asignados en diferentes turnos en los grandes aparcamientos o 'carpools' donde estaban los vehículos, como el de la calle de Roselló con Rambla de Catalunya. Era en estos aparcamientos donde los responsables facilitaban a cada chófer su próximo servicio. Los conductores esperaban en unas salas de descanso donde disponían de barra libre de comida y bebidas mientras mataban el tiempo.
LA NOCHE LOCAL DEL PRÍNCIPE ALBERTO
«Una madrugada pidieron un conductor que supiera hablar inglés para recoger al príncipe Alberto de Mónaco porque su conductor estaba cansado de tantas horas sin parar y había que sustituirle», explicó Carlos F., que recogió al príncipe en la tortilleía Flash Flash, en la calle de La Granada, con su secretario y dos chicas jovencitas y lo llevó hasta la discoteca que había delante del Hilton de la Diagonal. «La verdad es que no paraba. Y hasta los escoltas parecían cansados. Alberto de Mónaco salía todos los días hasta altas horas de la madrugada para divertirse pero tampoco fallaba a los actos oficiales que tenia programados en los juegos», añade el conductor voluntario.
Al salir publicada en este diario la experiencia de este conductor sustituto, el cfófer titular, el asignado siempre al príncipe, escribió una carta para precisar que él también era voluntario. «A mí me tenían que sustituir después de llevar 15 y hasta 18 horas de servicio y al dia siguiente tenía que volver a las 9 de la mañana. Mientras que el coche de escolta tenía dos conductores que se iban turnando», explicó el voluntario Josep Martínez.
Uno de los factores que más se controló en la flota olímpica era la seguridad. Todos los vehículos eran revisados a fondo cada vez que volvían al aparcamiento oficial. Allí, además, unos vigilantes de seguridad examinaban con espejos los bajos por si había algún explosivo adosado. La flota olímpica disponía entonces de un novedoso sistema de comunicaciones con el que cada chófer contactaba vía radio con la central pero de forma directa y sin que nadie más pudiera escucharlo. Es decir con un sistema cabeza-cola que no podía ser escaneado. El dispositivo, ahora común en los vehículos policiales, era entonces toda una novedad, ya que los coches patrulla, por ejemplo, emitían sus conversaciones en abierto a través de ondas de radio.
EL PIQUE CON LOS TAXISTAS
Otra anécdota de aquella flota olímpica fue su compleja relación con los taxistas. Algunos miembros de la flota amarilla acosaban a los coches blancos del COOB al considerar que les quitaban clientela. “A mí me cerraron el paso algunas veces y el dia que llevé al principe Alberto esparaba que me lo hicieran para que así pudieran bajarse del coche los policías de paisano que llevaba detrás de mí en un coche camuflado, pero eso nunca pasó», recuerda divertido Carlos F.
Para agilizar el movimiento de los coches olímpicos en Barcelona, se habilitaron 40 kilómetros de carriles especiales en la ciudad con el nombe Carril Olímpic y en los que solo podian ir los vehículos oficiales blancos y los de tansporte público.
En la parte negativa de aquellos intensos días de trasiego olímpico en las calles barcelonesas estaban las quejas de algunos conductores voluntarios que lamentaron no salir lo suficiente con los coches oficiales “con la gran frustación que representaba pasar horas y horas calentando la silla y comiendo helados”.
NADAR CON TIBURONES
Pero otros lo vivieron intesamente acumulando anécdotas con sus curiosos clientes. "Yo recogí a dos miembros de la delegación de Trinidad y Tobago que me dijeron que solo habían traído un atleta a Barcelona, un nadador. Me explicaron que en su país eran muy buenos en natación porque tiraban a los deportistas al mar con los tiburones y seleccionaban a los que sobrevivían. Supongo que bromeaban porque no paraban de reír”, cuenta un conductor voluntario que celebró la oportunidad que tuvo de conocer a personas tan diferentes y de tantos países en tan pocos días. Y orgulloso de hacerlo en vacaciones y sin cobrar, como voluntario. “Aún hoy cada vez que paso por la plaza de los Voluntaris Olímpics, delante del Arts, recuerdo lo que vivimos en el 92”, añade nostálgico.
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