CONSORTE ATÍPICA

Melania Trump, una rehén en el ala este

Discreta, reservada y siempre impecablemente vestida, la primera dama no acaba de encontrar su sitio

melania trump

melania trump / periodico

Ricardo Mir de Francia

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Melania Trump nunca quiso ser primera dama. Ni siquiera creyó que fuera una posibilidad real. Pero fue ella quien empujó a su marido a competir por la presidencia, según ha contado Roger Stone, el avieso estratega republicano y confidente del magnate neoyorkino.

Cansada de escucharle fabular con la Casa Blanca, de las constantes llamadas a sus amigos para sondear su opinión, acabó dándole una suerte de ultimátum. “Preséntate o no te presentes. Tus amigos están cansados de este estriptís. Cada cuatro años vuelves a hablar de ello”, le dijo según el relato de Stone a ‘Vanity Fair’, apoyado por otras fuentes.

Melania sencillamente no pensaba que pudiera ganar. Y la noche de las elecciones, cuando lo imposible se hizo realidad, lloró desconsolada, de ser cierto lo que cuenta el libro ‘Fuego y Furia’.

La familia, su prioridad

Tras aquella inesperada conjunción astrológica, que permitió a Donald Trump ganar las elecciones con casi tres millones de votos menos que su rival, la exmodelo eslovena se convirtió en una de las primeras damas más atípicas de la historia de Estados Unidos. La segunda consorte en haber nacido en el extranjero. La única criada en un país comunista. La única que no tuvo el inglés como lengua materna o que posó desnuda en las revistas.

Y como si hubiera querido reforzar esa singularidad, tardó seis meses en mudarse a la Casa Blanca. No lo hizo hasta el pasado mes de junio, después de que su hijo Barron (11 años) terminara el curso en Nueva York. Sus padres la acompañaron. Melania lo ha dicho muchas veces: su prioridad es la familia.

Pocos actos públicos

Desde entonces, se ha convertido en uno de los grandes misterios de Washington, una ciudad por la que se deja ver poco. No ha dado entrevistas y ha mantenido a la prensa a raya. Su entorno habla lo justo y ella se ha limitado a ejercer un papel puramente ceremonial, de reina peripuesta e impecablemente vestida, tan inexpresiva como una cariátide del Partenón, reservadatradicional y siempre un paso por detrás de su marido.

Sus actos públicos se pueden contar con los dedos de las manos. Se la ha visto rodeada de niños recogiendo verduras en el huerto que Michelle Obama plantó en la Casa Blanca; regalando lápices de colores a hijos de militares en una guardería de la base de Andrews. O acompañando al presidente en su gira europea o en los viajes que hizo a Tejas y Puerto Rico tras los huracanes. Pero poco más.

Moda europea

En los viajes oficiales la prensa le afeó la indumentaria elegida. En Sicilia se presentó con una chaqueta floral de Dolce & Gabanna de 50.000 dólares, justo el día en que su marido celebraba el Día del Trabajo promoviendo la industria estadounidense y su “América, primero” en las redes sociales.

A Melania parece traerle sin cuidado la retórica de su marido. Podría haber seguido el ejemplo de Michelle, que apostó por vestirse con los nombres emergentes de la moda estadounidense, pero no lo ha hecho. Los diseñadores europeos de alta costura son de largo sus preferidos.

Acoso cibernético

Tras un período de adaptación, casi todas las primeras damas acaban haciendo suya alguna causa para dar sentido a sus años en la Casa Blanca. Michelle promovió el ejercicio y la dieta sana. Hillary Clinton trató de reformar el sistema sanitario. Laura Bush impulsó la lectura. Nancy Reagan hizo campaña contra las drogas. Y Betty Ford dio visibilidad al cáncer de mama.

En el caso de Melania, de 47 años, sigue siendo un proyecto en construcción. Durante la campaña anunció que se dedicaría a luchar contra el acoso cibernético, lo que provocó más de una carcajada histérica, ya que su marido es el ‘bully’ más famoso que las redes sociales hayan conocido.

Habitación distinta a la de Donald Trump

Una de las pocas declaraciones en ese sentido, la hizo durante un acto de la pasada Asamblea General de Naciones Unidas. “A través de nuestro ejemplo debemos enseñarles a los niños a ser buenos representantes del mundo que heredarán”, dijo en una comida con los consortes de los líderes mundiales. “Debemos recordar que nos están viendo y escuchando. Los adultos no solo somos responsables, sino que tenemos que rendir cuentas”.

En su defensa se podría decir que ha tardado mucho en confeccionar su equipo de asesores del Ala Este de la Casa Blanca, donde tiene su oficina. Hasta hace solo unos días contaba solo con nueve asesores, menos de la mitad de los que tuvieron Obama y Bush.

De su vida privada en la “casa del pueblo”, como la ha llamado alguna vez, se sabe lo justo. Duerme en una habitación distinta a la de su marido, la primera vez que sucede desde el matrimonio Kennedy. Come sano y en Navidad le gusta ir a la misa del Gallo. Ha congeniado con el servicio doméstico. Y apenas se inmiscuye en los asuntos de gobierno. Por el Ala Oeste se deja ver tan poco que hay quien dice con malicia que la verdadera primera dama no es ella, sino la hija, Ivanka Trump.

Devoción por su hijo

Los estadounidenses, en cualquier caso, la aprecian más a que su marido, como suele suceder en todas las presidencias. Ese cariño podría ser producto de la devoción que demuestra a su hijo. Del sobrio decoro con el que afronta el cargo o, simplemente, por pura solidaridad ante las indignidades que le ha tocado vivir. Desde las múltiples acusaciones de acoso sexual contra su esposo, a aquella conversación en la que Trump presumía de abusar de su poder para “agarrar del coño” a sus presas o los reiterados gestos de desconsideración de los que ha sido objeto, como ese último en que el presidente sube primero al avión cubriéndose con un paraguas mientras su mujer y su hijo aguantan detrás el chaparrón.

En varias ocasiones se ha rumoreado con un posible divorcio, particularmente cuando salió a la luz aquella conversación con Billy Bush durante la campaña. Pero, de momento, todo lo que ha hecho la inmigrante eslovena es exhibir ocasionalmente su descontento con muecas serias, distantes y miserables. 

“Liberar a Melania” clamaron jocosamente las redes sociales durante un tiempo, como si fuera un delfín en cautividad. Otros la ven como una rehén atrapada en una cárcel de lujo. Hace poco le preguntaron dónde le gustaría pasar las Navidades. “En una isla desierta”, contestó.