¿Cómo criar (con tu propia sangre) un mosquito anófeles?

Los entomólogos del Centro de Investigación de Manhiça dejan que cientos de mosquitos les piquen para así poder criar nuevos insectos con los que investigar la efectividad de los insecticidas

Antonio Baquero / Enviado especial / Magude (Mozambique)

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Abraza los tres tarros con cariño y se los coloca en el regazo. Mara Máquina no quiere que los vaivenes de la furgoneta que va botando de socavón en socavón dañen a los pequeños seres vivos que viajan en esos recipientes de plástico. “Son mis pequeñas”, comenta esta joven entomóloga mozambiqueña, una de las investigadoras más prometederas del Centro de Investigación en Salud Manhiça. ‘Sus pequeñas’ son nada menos que larvas de anófeles, el mosquito que como responsable de la transmisión de la malaria es protagonista principal en una enfermedad que cada año mata a cientos de miles de personas en todo el planeta. El mosquito en sí no es nocivo, no obstante, es el vector utilizado por el parásito de la malaria, el Plasmodium Falciparum,  para viajar de un ser humano a otro.

Máquina, licenciada en veterinaria, justifica su pasión por los mosquitos pese a su merecida mala fama. Su prioridad ahora es criar cuantos más mosquitos anófeles mejor, sobre todo de las dos variantes más abundantes esa zona, el 'anopheles gambiae' y el 'anopheles funestus'. “Tenemos que tener muchos mosquitos. Los necesitamos para probar la eficacia de los insecticidas. Tenemos qué saber si funcionan o no, con qué variedad funcionan más y cuánto duran los efectos de los insecticidas”, explica. Su labor es fundamental para el programa MALTEM, con el que pretenden eliminar la malaria del distrito de Magude.

Las pruebas consisten en rociar la pared con insecticida y colocar un recipiente con unos mosquitos sobre esa superficie. Los dejan media hora y luego comprueban si han sobrevivido. Esa prueba la hacen regularmente sobre esas mismas paredes para saber cuánto tiempo tarda el insecticida en dejar de ser eficaz. Las pruebas hechas hasta ahora apuntan a el insecticida empleado –PIRIMIFOS-METIL- mata al 80% de los mosquitos y que su efecto dura entre seis y siete meses.

Por el momento, en el insectario del CISM, un centro creado hace 20 años por la Cooperación Española, compuesto por unos contenedores equipados con dispositivos que mantienen una temperatura constante superior a los 30 grados, Maquina y sus compañeros tienen ya 2.000 mosquitos y 3.000 larvas. Su granja de anófeles funciona a todo rendimiento.

Papilla de bebé y alimento para peces

¿Y cómo se cría un mosquito? No es tarea sencilla. Primero hace falta conseguir las larvas. El laboratorio importó primero unas desde Suráfrica y ahora está recogiendo de los ríos de la zona. Los entomólogos se meten en el agua y buscan los pequeños gusanos. Los identifican por el hecho de que la larva del mosquito anófeles se desplaza por encima de la superficie del agua.

Una vez capturadas, las larvas se colocan en pequeñas palanganas de plástico con agua destilada. Allí se las alimenta. ¿Qué come una larva? “Les damos alimento para peces, agua con azúcar e incluso papilla de bebé”, explica Mara, que destaca irónica: “Aquí los tratamos muy bien”.

Conforme van creciendo, los cambian de una palangana a otra. En unas palanganas están las larvas que, tras seis o siete días, se convierten en pupas que, uno o dos días después, eclosionan en mosquitos. En ese momento, machos y hembras copulan. “Esa inseminación le sirve a la hembra para toda la vida. Ya no ha de aparearse más”, explica Celso Antonio Alafo, otro de los entomólogos.

Eso sí, para desarrollar los huevos, la hembra necesita alimentarse de sangre. Una sangre que no puede estar coagulada. Hay un dispositivo formado por unos recipientes con una superficie que simula piel y donde los mosquitos pueden picar y alimentarse de sangre de vaca. No obstante, a los anófeles no parece gustarles. Son de morro fino. “No se acostumbran. Y nosotros tenemos prisa. No podemos arriesgarnos a perder mosquitos”, dice Maquina.

"Para tener mosquitos, hay que alimentarlos"

Así que son los propios entomólogos del centro los que, con su sangre, alimentan a esas hembras. Ilidio Sitoe es uno de ellos. “Cada semana meto el brazo en el recipiente. Durante media hora, unos 500 mosquitos me pican y se alimentan de mi sangre”, cuenta este joven, que se quita importancia. “Necesitamos mosquitos. Y para tener mosquitos hay que alimentarlos. Por eso, cuando pidieron voluntarios, me presenté”, explica. Tras tantas semanas alimentado mosquitos, su brazo ya no reacciona a las picadas. Eso sí, se somete a análisis regularmente.

Una vez que las hembras le han chupado la sangre –los machos de anófeles no pican-, a los dos días ya ponen los huevos. De los que entre dos o tres días después saldrán las larvas. Y el ciclo comienza de nuevo.

Mara, Celso, Ilidio y el resto de entomólogos del CISM conocen al dedillo la ‘vida privada’ de esos mosquitos. Se sorprenden cuando les explicamos que, en castellano, a una persona de pocas luces se le llama ‘cerebro de mosquito’. “Para nada. Son animales muy listos”, dice Celso que asegura: “Desde que entra en una casa, un mosquito hasta que pica a una persona pasa una media de 30 minutos. Luego, una vez que pica ha de descansar, por eso se posan en la pared. Y si la mosquitera tiene un agujero, ellos tardan tres minutos en encontrarlo”.

Tan fascinados están estos investigadores por los mosquitos que es obligado preguntarles qué hacen cuando, estando en casa, ven uno de esos insectos. “Primero miro de qué especie es, por si es de una variedad poco común. Luego determino si es macho o hembra”, cuenta. ¿Y después?. “¿Después? Después lo mato, claro. No quiero que me pique”.