El líder de China
El ubicuo y todopoderoso Xi
El presidente chino disfruta de un culto a la personalidad desconocido desde Mao
Adrián Foncillas
Periodista
Adrián Foncillas
Aquel jovenzuelo apocado de la capital indicó a los curtidos agricultores dónde cavar para encontrar agua potable. "Hacía un frío glacial pero ahí estaba en el pozo con sus piernas hundidas en el barro", asegura el relato hagiográfico de 452 páginas sobre los años que el presidente pasó en la provincia rural de Shaanxi durante la Revolución Cultural. Aquel castigo forjó al líder, aclara la versión oficial. La gruta donde dormía es visitada hoy por miles de chinos.
No hay ditirambo que disguste a la propaganda si de Xi se trata. El embellecimiento biográfico remite forzosamente a Mao. Xi es alfa y omega desde que irrumpiera cinco años atrás en el escenario y dinamitara la tradición. Deng Xiaoping, el arquitecto de la apertura, juzgó que las peores tropelías maoístas se explicaban por aquel desaforado culto a la personalidad y trasladó el foco del líder al partido. Xi ha terminado con la fórmula del "primero inter pares" e incluso ha empequeñecido al primer ministro, Li Keqiang, presunto encargado del área económica.
La exposición 'Cinco años', abierta en Pekín durante el congreso, epitomiza el rumbo. Es, teóricamente, un escaparate de los logros del país: reducción de la pobreza, trenes de alta velocidad, un flamante portaaviones... Es, en la práctica, un templo pagano del 'xiísmo'. Xi con dignatarios extranjeros, Xi con crías de elefantes, Xi con uniforme militar y fusil de asalto… Se sale con la misma indigestión que causan los museos de Pionyang.
Es complicado abstraerse al presidente estos días y más lo será en el futuro. El 'Pensamiento de Xi Jinping sobre una nueva era de socialismo con características chinas', poco más que un conjunto de conceptos ampulosos y vagos, fue incluido en la Constitución en el congreso y bastaron unos días para que una cuarentena de universidades crearan sus centros para analizarlo e impartirlo. Entre ellas figura la prestigiosa Universidad Renmin, asociada a 200 centros de todo el mundo. El tiempo dictará su éxito: también la Universidad de Pekín tiene un centro para el pensamiento de Deng, bastante más sustancioso, pero sin relevancia académica.
La imagen cercana de Xi
Xi ha cultivado una imagen cercana que se reservaba tradicionalmente a los primeros ministros como Zhou Enlai o Wen Jiabao. Departe con obreros, come empanadillas en restaurantes de barrio o sujeta su paraguas. Xi Dada (tío Xi) es el líder más querido en décadas y no todo lo explica la maquinaria propagandística. Ha apuntalado su reputación en la lucha contra la corrupción y la defensa del medioambiente, dos de los asuntos que más preocupan a la población, y prometido un resurgir glorioso.
Xi es también un producto vendible, a contrapelo de la esclerotizada clase política que ejemplificaban Hu Jintao o Jiang Zemin. Sonríe a menudo, no chirría en las fotos con niños y los líderes globales le describen como amable y cálido. También dispone de una primera dama vendible. Peng Liyuan, cantante de ópera, era una celebridad mucho antes de que los chinos conocieran a Xi. Desprende glamour y frecuenta tanto las campañas solidarias como las listas de mujeres más elegantes. No es raro que el vestido que muestra hoy se agote mañana.
La figura de Deng
Xi preside el país, el partido y el Ejército. Del congreso salió el reconocimiento desde dentro y fuera como el líder más poderoso desde Mao. Tantas odas aconsejan alguna aclaración. Xi no es comparable en brillantez, logros ni relevancia histórica con Deng, quien transformó un país mohoso, aislado y con una economía planificada que condenaba al hambre en lo que es hoy China.
A Deng, con la nutrida oposición de los defensores de las esencias maoístas, le bastó su título de presidente de la asociación de bridge para hacerse obedecer. Impuso a su sucesor, Jiang, y al sucesor de su sucesor, Hu, una gesta inédita en la historia con la que extendió su legado durante dos décadas. El culto a la personalidad y la acumulación de medallas en la pechera de Xi podría ser, paradójicamente, un indicio de inseguridad.
"El régimen no es tan poderoso y estable como aparenta en la superficie", confirma Perry Link, profesor de Estudios Asiáticos de la Universidad de Princeton. "Existen rivalidades personales en la cúspide y la sociedad no está serenamente satisfecha. Eso explica que emplee tanto tiempo en purgas y represión o en atizar el nacionalismo. Pero Xi acumula ya un gran poder y su campaña de dominación puede triunfar", añade.
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