CONMEMORACIÓN DE UN CENTENARIO

Las 67 palabras que hicieron historia

La Declaración Balfour, por la que Londres prometió al pueblo judío un "hogar nacional" en Palestina, cumple 100 años

Arthur Balfour, en una foto de 1925, y la carta que envió a Lord Rothschild.

Arthur Balfour, en una foto de 1925, y la carta que envió a Lord Rothschild. / AFP

Montserrat Radigales

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Uno de los libros más reputados sobre la historia que modeló Oriente Próximo a principios del siglo XX se titula, significativamente, ‘A peace to end all peace’ (Una paz para acabar con toda la paz). Es la obra maestra del historiador estadounidense David Fromkin y ahonda en la política de las potencias europeas de la época, principalmente Francia y Gran Bretaña, que en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, ante la caída inminente del Imperio otomano, diseñaron el Oriente Próximo moderno. La Declaración Balfour, que este jueves cumple 100 años, se enmarca en este contexto.

El título del libro no oculta un cierto sarcasmo dado que en la época hizo fortuna entre los aliados la frase "la guerra para acabar con toda la guerra" en referencia a aquella contienda mundial. En cuanto a Oriente Próximo, muchas de las decisiones que se tomaron en aquellos meses cruciales marcaron el devenir de la región y sus efectos se dejan sentir aún hoy en día.

La Declaración Balfour fue, sin ninguna duda, el primer gran éxito diplomático del movimiento sionista, nacido dos décadas antes. El ministro de Exteriores británico, Arthur Balfour, envió a Lord Walter Rothschild, uno de los líderes influyentes de la comunidad judía británica, una carta fechada el 2 de noviembre de 1917, en la que afirmaba que "el Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y utilizará todos sus esfuerzos para facilitar la consecución de este objetivo". La carta añadía, sin embargo, que "no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina".

La Declaración Balfour fue en gran medida un éxito personal de Chaim Weizmann, dirigente sionista británico que se convertiría décadas después en el primer presidente de Israel. Químico de profesión, desarrolló un sistema de fabricación de explosivos que contribuyó en gran medida al esfuerzo británico durante la primera guerra mundial. Sus dotes diplomáticas y persuasivas eran también considerables.

Son solo 67 palabras escritas hace un siglo en una única hoja de papel, pero tanto los israelís como los palestinos consideran todavía, desde posiciones totalmente opuestas, que aquella carta del Foreign Office sentenció su futuro. Para los israelís, presagió la futura creación de Israel con apoyo internacional; para los palestinos fue el punto de partida que condujo a lo que a partir de 1948 denominarían la Nakba (catástrofe).

El primer congreso sionista

En 1897 se celebró en Basilea (Suiza) el primer congreso sionista que desembocó en la creación de la Organización Sionista Mundial y dio pistoletazo de salida al movimiento.  Producto de una historia persistente de antisemitismo en Europa, 'pogromos' en Rusia y otros países del Este, y etapas de discriminación alternadas con otras de tolerancia o plena integración, las comunidades judías adquirieron una nueva conciencia política al calor del despertar de los nacionalismos emancipadores a finales del siglo XIX. Significativamente, Theodor Herzl, el gran visionario del proyecto de crear un Estado judío, era un judío austríaco totalmente asimilado cuyo pensamiento dio un giro de 180 grados tras presenciar en París, donde ejercía de corresponsal de un diario vienés, el célebre ‘caso Dreyfus', una de las muestras más flagrantes de antisemitismo en el ‘establishment’ y en buena parte de la sociedad francesa. Su obra ‘El Estado judío’, publicada un año antes del congreso de Basilea, se convirtió en el libro de cabecera del movimiento.

Hubo varias propuestas sobre dónde establecer el Estado judío --Uganda es la más conocida—pero ninguna podía competir con Palestina dado los lazos históricos y emocionales que esta tierra tenía en el imaginario colectivo judío.

Palestina era entonces una provincia del Imperio otomano. Desde noviembre de 1915, Londres y París negociaban en secreto el reparto en áreas de influencia de los despojos de dicho imperio. En marzo de 1916, el británico Mark Sykes y el francés François George-Picot firmaron en secreto un acuerdo para repartirse los territorios de Oriente Próximo aún bajo dominio turco. Palestina sería para los británicos.

El sistema de mandatos

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones, predecesora de la ONU, estableció un sistema de mandatos. En la conferencia de San Remo (1920) los aliados legalizaron el reparto. Gran Bretaña recibió el mandato sobre Palestina y pasó a gobernar el territorio. El texto del mandato, aprobado definitivamente en 1922 por la Sociedad de Naciones, recogía la parte sustancial  de la Declaración Balfour en lo que se refiere al "establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío". El mandato reconocía "la conexión histórica del pueblo judío con Palestina".

El antisemitismo y los 'pogromos' habían acelerado años atras la llegada de judíos a Palestina. De los 24.000 que había en 1882 se pasó a 47.000 en 1895.  Pero no cabe duda de que la Declaración Balfour alentó mucho más esta migración. Unos 100.000 inmigrantes judíos llegaron a Palestina en los años inmediatamente posteriores a la declaración. La llegada de Hitler al poder en Alemania en 1933 hizo el resto. En 1917, fecha de la Declaración, había en Palestina unos 56.000 judíos, mientras la población árabe se cifraba en unos 600.000, o sea que la comunidad judía no llegaba al 10%.  A finales de 1939 la población judía en Palestina sumaba 475.000. En el mismo período la población árabe se incrementó hasta sobrepasar el millón, debido al mayor crecimiento demográfico natural.

Como era de esperar, la Declaración Balfour cayó como un jarro de agua fría entre los dirigentes árabes de Palestina que "la condenaron no solo bajo el argumento de que la tierra les pertenecía por derecho sino también de que les había sido prometida a ellos por Gran Bretaña en un esfuerzo por ponerlos de su lado durante la Primera Guerra Mundial", como subraya el historiador israelí Avi Shlaim en su libro ‘Collusion across the Jordan’.

Tiempos convulsos

Con estas promesas a doble banda, el mandato británico, que concluyó en 1948 con el nacimiento de Israel después de que la ONU aprobara el plan de partición de Palestina en noviembre de 1947, pasó por fases diversas y fue bastante convulso. Entre 1936 y 1939 hubo una revuelta árabe en protesta por la inmigración judía. Resulta imposible hacer aquí un relato pormenorizado de aquella época. El impacto del Holocausto --el genocidio de millones de judíos por el régimen nazi--, incidió también en la decisión internacional favorable a la partición de Palestina y la creación de un Estado judío y otro árabe.

La historia de los años posteriores a 1917 es enormemente compleja y aunque la Declaración Balfour supuso un punto de inflexión, es aventurado afirmar que los acontecimientos no pudieron ya desarrollarse de otra forma. Pero lo que es indudable es que el conflicto árabe-israelí comenzó, con otro nombre, mucho antes de la proclamación oficial de Israel. Y la Declaración Balfour constituyó una piedra angular, aún motivo de controversia 100 años después.