Congo: Los hijos del desamparo

Miles de desplazados congoleños subsisten abandonados a su suerte tras huir de la violencia de los grupos armados y del Ejército del país

Miembros de una oenegé prestando ayuda a familias de refugiados del Congo.

Miembros de una oenegé prestando ayuda a familias de refugiados del Congo. / periodico

TRINIDAD DEIROS / KIVU

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Esa colina verde, esa tierra húmeda, son hijas del cielo gris del territorio de Masisi, en el este de la República Democrática de Congo (RDC). Hace frío y, en la estación de lluvias, el agua penetra en las chozas en las que viven las 108 familias del campo de desplazados de Buporo. Con suerte, chabolas hechas con lonas de plástico; sin ella, chamizos, precarios rompecabezas de plásticos, telas mugrientas y restos de chapa apuntalados con cañas. Más que un campo, Buporo es la última parada de una huida. La última vez que estos desplazados se vieron sin nada en un camino fue el 7 de septiembre de 2016. 

Ese día, las autoridades congoleñas los desalojaron manu militari de un campo más grande y mejor equipado, Kishusha, en la cercana Rubaya. A sus 6.611 habitantes – refugiados hutus de Ruanda o desplazados congoleños de esa etnia- simplemente los expulsaron. El 80% se dispersó por Rubaya y otras localidades. El 10% se refugió en este campo de Buporo, en Kibabi, también en Kivu Norte, la provincia con más población desplazada de Congo: 863.000 personas. Todas, el 100%, huyeron de la violencia de los grupos armados y el Ejército del país, según OCHA, la Oficina de Coordinación humanitaria de Naciones Unidas.

Kishusha es ahora un descampado porque las autoridades de la RDC creen que los campos de desplazados hutus son el vivero del único grupo armado en Congo con poder militar real: el Frente Democrático para la Liberación de Ruanda (FDLR), fundado por oficiales hutus ruandeses y por milicianos Interahamwe, que huyeron a Congo tras participar en el genocidio de Ruanda de 1994.

HAMBRE QUE SE HEREDA

Los padres de Mboneza llegaron a Kishusha escapando de la violencia anti-hutu de otra milicia: los Raia Mutomboki. Mboneza recaló con ellos en Buporo tras pasar varios de sus 20 años huyendo. Irónico, porque no se tiene sobre sus piernas. Con su vestido amarillo cubriendo la mitad inferior de su cuerpo, parece no tenerlas y avanza a pulso sobre sus brazos, como quien usa unas muletas. Sin embargo, sus piernas están ahí, plegadas, pero tan deformes que han perdido su función.

“Quizás sufrió raquitismo”, dice el doctor Vincker Lushombo, coordinador médico de la oenegé italiana COOPI, que ofrece atención médica gratuita en el dispensario de Kibabi, la única asistencia que reciben los desplazados. La causa del raquitismo es una carencia severa de vitamina D, a menudo por una alimentación deficiente. Sin apoyo de Naciones Unidas, los desplazados trabajan cuando pueden como jornaleros en los campos o en las minas de coltán y manganeso de la región y nunca comen carne.

Mboneza tiene un hijo de 18 meses fruto de una violación. El raquitismo pocas veces se hereda; el hambre, sí. La joven sufrió malnutrición durante su embarazo. COOPI la trató y el niño nació sano, pero esta madre apenas tenía leche. A los seis meses, el bebé también estaba malnutrido, por lo que la ONG intervino de nuevo. Esta historia tan dura, Mboneza la cuenta en voz alta y se niega a ir a un lugar discreto para hablar. Es valiente y, a despecho de la miseria, su dignidad sigue intacta.