Xi Jinping, la estrella de Davos
Este desconocido por su pueblo un lustro atrás es hoy el líder chino más poderoso de las últimas tres décadas. Y ya cosecha el reconocimiento internacional cuando Pekín solo acostumbraba a generar recelo. Es el mundo de la era Trump.
Adrián Foncillas
Periodista
POR adrián foncillas
Los líderes chinos saben que la audiencia local premiará sus discursos con aplausos y que su triunfo a domicilio es esquivo. A China solo se le suele sonreír tras la firma de inversiones millonarias. Pero Davos ha roto la norma. No fueron esos aplausos litúrgicos y cadenciosos del Gran Palacio del Pueblo. Fue una ovación viva, la elevación a los altares del líder de un país nominalmente comunista en un foro de ricachones. Con Trump vale aquello de Alfonso Guerra: al mundo no lo va a conocer ni la madre que lo parió.
UN DÍA FELIZ
En esos aplausos a Xi Jinping se entendieron los abucheos a su inminente homólogo y nuevo epítome global de la infamia. Libre mercado, globalización, capitalismo, fronteras abiertas... todo el arsenal léxico con el que Estados Unidos ha gobernado el mundo es declamado hoy por un presidente descrito años atrás por Washington como "más rojo que el rojo". "El proteccionismo es encerrarse en un cuarto oscuro: no entrarán el viento y la lluvia, pero tampoco la luz y el aire", dijo. Ahí es nada: dialéctica confuciana al servicio del libre mercado.
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Debió de ser uno de los días felices para Xi. Dicen de los líderes que su vanidad les empuja a buscar el cariño después del poder. Y Xi ha acumulado mucho. Del último plenario del Partido Comunista de China salió con el título de 'hexin' o núcleo. No es superfluo para quien ya preside el país, el partido y la Comisión Central Militar. El término fue acuñado tres décadas atrás para definir a los líderes de autoridad incuestionable. Solo Mao y Deng, padres de la China moderna, lo disfrutaron antes.
Deng comprendió que el culto a la personalidad posibilitó los desvaríos maoístas, viró el acento del presidente al partido y enterró los liderazgos omnímodos. Cada presidente, definido como "el primero entre iguales", ha disfrutado de menos poder que el anterior. Xi quebró la tendencia. Su tardanza en señalar a un heredero estimula los rumores de que pretende ocupar el cargo más allá de los dos mandatos reglamentarios. Quizá el tiempo los desmienta, pero que no suenen hoy inverosímiles es revelador.
EL MARIDO DE LA CANTANTE
Xi ha navegado con destreza en las peligrosas aguas de la política china desde que fue ungido como presidente. "¿Xi quién?", se preguntaron algunos chinos al descubrir a ese tipo de tranco marcial e imponente altura. "El marido de Peng Liyuan", respondieron otros. Peng es una celebérrima cantante de ópera y música popular.
Xi Jinping completaba entonces su largo entrenamiento con la fórmula prevista de evitar charcos, perfil bajo y disimular afinidades. Nació en Shaanxi en 1953 con linaje revolucionario. Su padre, Xi Zhongxun, fue un héroe de la Larga Marcha y exviceprimer ministro. La familia no escapó de las convulsiones maoístas.
Xi disfrutó en su niñez de colegios exclusivos y chófer cuando más allá de Zhongnanhai –el complejo de viviendas para los líderes– solo había pobreza. Pero su padre cayó en desgracia durante la Revolución Cultural y fue encarcelado. El adolescente Xi fue enviado al campo para aprender las virtudes del campesinado. Durante seis años cavó acequias y durmió sobre ladrillos en una cueva. Xi se ha referido a aquel tiempo de sudores, pulgas y soledad: "Los cuchillos se afilan contra la piedra. La gente se refina con el trabajo duro. Siempre que me encuentro con un problema, recuerdo lo duro que ha sido llegar hasta aquí y nada parece complicado".
Su ingreso en el partido fue rechazado nueve veces por su apellido. Estudió teoría marxista y Derecho en la prestigiosa Universidad de Tsinghua. Su carrera política le llevó a arenosos pueblos de Hebei, la rica provincia manufacturera de Zhejiang o la rutilante Shanghái antes de supervisar los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. El éxito le aupó al Comité Permanente del partido, último peldaño hacia la presidencia.
EL "SUEÑO CHINO"
Xi no descansa. Ya en su segunda cita advirtió a Peng de que no le sobraba tiempo y el trabajo le impidió asistir al nacimiento de su hija. Dicen de él que es afable, cariñoso, cercano y con sentido del humor. Ha roto la tradición robótica del gremio, regala sonrisas y no chirría con las clases bajas. Cultiva una imagen de humildad, comparte el rancho con los soldados e impone la austeridad. También lucha con vigor contra la corrupción y la contaminación, principales desvelos del pueblo. Xi insiste en el "sueño chino", un concepto vaporoso que alude a una felicidad razonable.
Ni siquiera su fortaleza le asegura sacar adelante retos como la reforma de las mastodónticas e ineficaces empresas públicas. Y entre sus sombras figuran la acentuada persecución a cualquier elemento que parezca lejanamente hostil y el aumento de la censura en internet: ese tipo de asuntos obviados por la audiencia de Davos.
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