'Astral': Viaje de ida y vuelta al infierno

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EMILIO PÉREZ DE ROZAS / BARCELONA

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David Cabrera, realizador de Salvados y del documental 'Astral', que se puede ver estos días en 130 cines de toda España, bajó, a mediados de agosto, cuando ya hacía más de dos meses que había regresado del mar, del infierno, de implicarse durante dos semanas en las misiones de socorro y rescate de la oenegé Proactiva Open Arms y su velero tuneado 'Astral' en manos de Òscar Camps, a la playa de la Barceloneta con sus dos hijas, Lucía, de 9 años, y Paola, de 4. De pronto, junto a Lucía se sentó un niño con un chaleco muy sencillo «de esos que venden en los chinos, que no sirve para nada, ¡para nada!» El mismo chaleco que, a veces, solo a veces, llevan los niños que van en las pateras, ahora llamadas 'dinguis'.

Cabrera, que aún tiene la mente en la inmensidad del mar tras haber vivido lo que vivió, pensó enseguida en los miles de desesperados que, cada día, intentan cruzar, inútilmente, el Mediterráneo, estafados por los traficantes que les cobran entre 500 y 1.000 euros y los meten en un 'dingui', sin posibilidad humana, cero, ¡no existe!, de que lleguen a la costa, pues van sin agua, sin alimentos, sin gasolina, con una brújula estropeada y uno de ellos, cualquiera, al que no le cobran el pasaje, al timón. «¿Ves aquellas luces?, dirígete a ellas, esa es la costa de Italia», le cuenta el traficante al improvisado timonel. Y él se queda en tierra.

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Porque antes, los depredadores de seres humanos se embarcaban, pero como acababan detenidos, ahora se quedan en tierra. ¿Y saben que son esas luces? Simples plataformas petrolíferas, situadas a 20 millas de la costa de Libia. «O los rescatamos o mueren. Es imposible que lleguen a tierra prometida alguna». David miró a Lucía, miró a Paola, contempló al niño del chaleco y oteó el mar. «Si nado unos kilómetros, me los encontraré». Y así muchas noches.

Marc González, un extraordinario cámara de televisión que siempre ha tenido ojo cinematográfico, iba con Cabrera en esa expedición al fondo del mar. Pero ellos, al menos, tenían el billete de vuelta comprado. González filmó y filmó, siempre con la idea de ser real, y, luego, se estremeció al ver las decenas de horas y horas de horror que había grabado.

SIN GANAS DE VACACIONES

Marc, en las mismas fechas que David bajó a la playa, se fue a un festival de cine con su chica. ¡Qué mierda! No vio una película. O, si la vio, no se enteró. Su compañera andaba desesperada. Tenía la sensación de que Marc seguía allí, en el mar, convirtiendo en cine la desesperación del Tercer Mundo. Tras aquel suplicio, Marc no creía tener derecho a vacaciones. Se lo había dicho el psicólogo a todos: «Id con cuidado, observaos, vigilaos los unos a los otros, no sabéis cómo podéis reaccionar frente al horror que veréis, que grabaréis. No os impliquéis mucho. No os metáis en las vidas de las gentes».

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"\"El viaje es un enga\u00f1o,","text":"\"El viaje es un enga\u00f1o,\u00a0un timo, un robo. La posibilidad de llegar a tierra es cero, no existe\", dice David Cabrera"}}

Y González decidió enrolarse en otro reportaje, en otra misión, para desconectar. Se fue al Congo, sí, con sus mismos colegas. Y, a continuación, buceó en otro reportaje antes de acabar el verano: derecho a la eutanasia. «¿Vacaciones? No pude, me sentía fatal, estaba tocado, tocadísimo, te da como apuro irte de vacaciones, te parece todo muy frívolo después de ver lo que has visto».

David Mata, el tercer hombre de Salvados que vivió, como técnico de sonido, la experiencia de ayudar a las gentes del 'Astral' a rescatar gente desesperada, tampoco ha tenido una resaca mejor. Mata le da por pensar en los números. Y más estos días en los que los informativos hablan de miles de náufragos y cientos de muertos. «Los hijos de puta de los traficantes aprovechan las dos últimas semanas de buena mar que les quedan para lanzar a una muerte segura a cuantos más desesperados puedan, mejor. Oigo por la tele que han rescatado, en un día, a 4.000 personas. Y pienso: tú viste 150 en un 'dingui', en una destartalada zodiac; y le pusiste cara a 50; y hablaste con 15 y 10 te contaron su vida. Y empiezas a multiplicar y a pensar las miles y miles de historias que hay en esas pateras y te repites ‘yo soy una mierda’».

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Estas gentes, que no llegan a ser un clan pero se asemejan mucho a una tribu, bueno, en realidad, son apasionados del periodismo que siguen a Jordi Évole, el Robin Hood de la tele, decidieron embarcarse en esta aventura, que ha terminado en un documental impresionante, siguiendo el descubrimiento radiofónico de Meritxel Aranda, una de sus redactoras, que oyó por la radio a Òscar Camps decir que un millonario italiano le había donado un velero para transformarlo en barco de socorrismo y salvamento en el mar.

DE LA TELEVISIÓN AL CINE

«Somos los primeros que sabemos quiénes somos», cuenta Ramón Lara, director de Salvados y 'Astral'. «No somos tan idiotas como para pensar ‘¡se van a enterar! ¡ahora haremos cine!’ Nunca hemos tenido intención de pasar a la posteridad como cineastas al considerar que, si esta vez hemos hecho cine y no televisión, esa basurilla efímera pasajera, es, única y exclusivamente, por dinero porque, de cinco en cinco euros, que es lo que vale la entrada a nuestros cines, pretendemos ayudar a que esa maravillosa gente siga ahí, salvando vidas».

«Llevar este trabajo al cine ha sido nuestro Tourmalet, pero ha molado cantidad, está siendo muy chulo. Y lo hemos podido hacer, de nuevo, por un movimiento de abajo a arriba, que ha contado con la inesperada y desinteresada ayuda de decenas de pequeñas, y no tan pequeñas, salas de proyección que se han volcado en nuestra ayuda», explica Évole, que acaba de llegar de Toronto. «Nosotros fuimos quienes inventamos el club del sofá. Somos los que retenemos a la gente sentada frente al televisor y, a veces, acaba mordiéndose las uñas porque no sabe qué hacer, cómo responder, cómo ayudar, ante algunas de las situaciones que denunciamos». Pues, ya ven, Évole y su gente ya han encontrado una manera de sugerirles cómo ayudar. Levántate, ves al cine, paga cinco euros y colabora viendo el documental.

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Marc y los Davises siguen en sus cosas, pero solo hay que acariciarlos para que te cuenten su odisea. Lo que vieron. Lo que vivieron. Lo que oyeron. Lo que grabaron. «El viaje en dingui es un engaño, un timo, un robo», explica Cabrera. «Hay un momento del documental en que Jordi (Évole, claro), le muestra un mapa a uno de los rescatados. Y le pregunta si sabe dónde está. Y el muchachote señala Grecia. Y Jordi le dice ‘no, perdona, tú estás aquí’. ‘¡Pero, cómo, aún sigo aquí!’ Ese aquí es un punto de la costa de Libia, a escasas 20 millas de donde les embarcó el sanguinario mercader». Nadie tiene posibilidad alguna de llegar al continente, nadie. No hay tierra prometida. Dirígete a aquellas luces ¡y aquellas luces son, solo, las plataformas petrolíferas! ¡Que sabrán ellos, que llevan años acumulando dolor para pagar ese billete a ninguna parte!

HUYENDO DEL TERROR Y EL DOLOR

Ese es el destino de miles de personas que llevan meses, años, cruzando África desde decenas de confines. «En un dingui de 400 personas», explica Lara, «hay 400 vidas distintas, 400 historias, 400 motivos para huir y casi 400 países. Nadie conoce a nadie. Cada uno huye de un drama, generalmente una guerra, pero ¡no solo una guerra! Los hay que vienen de Nigeria, donde Boko Haram ha arrasado su casa. En África, hay cientos de pequeñas guerras a las que no les hacemos caso. Y la gente es tan mezquina que suele decir ‘vale, si usted viene huyendo de Siria, le entiendo, pero aquel otro negro simplemente viene a quitarme el trabajo’». Y Lara añade: «La frase más repetida entre ellos, cuando creen haber llegado al paraíso, es ‘¡venimos del infierno!’» Sin intuir el infierno que les espera.

Para Juan Luis de Paolis, director de contenidos de Salvados, no existe consuelo alguno. «Podemos cerrar los ojos a ese horror, pero ahora sabemos que lo que vemos en 35 segundos en el telediario, dura 24 horas al día, 365 días al año». Y De Paolis, 'tifosi' de Valentino Rossi, añade: «Es estremecedora la ilusión, la esperanza que lleva esa gente pegada al cuerpo, de la que intentan contagiarte cuando los abrazas. Es impactante, la sensación que experimentan de que, nada más pisar tierra, Europa, van a comenzar una nueva vida. Me resulta impensable que gentes que acumulan en sus espaldas años y años de sufrimiento, de dolor, de muerte, que han visto y vivido barbaridades que nosotros ni siquiera somos capaces de imaginar, tengan esa sonrisa de bebé en sus ojos y te abracen con la mirada de un niño». Y crean, porque creen.

«Son gentes que arriesgan sus vidas llevando un proyecto de futuro cosido a sus párpados», explica Cabrera. «Son personas de una docilidad dolorosa. ¡Lucía y Paola no me hacen ni la mitad de caso!» David insiste en que, en casa, tiene que reprimirse porque «no quiero ser un chapas, no quiero, después de lo que he visto, atormentar a mis hijas diciéndoles que no pueden dejar ni una cucharadita de yogur ‘¡porque no sabes lo que ha llegado a ver papá!’»

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Le pregunto a Mata, él que es sabio en eso, ¿cuál es el sonido del mar? «El silencio», me responde sin dudarlo. «El mar es silencio, pero, claro, en cuanto empiezan a aparecer los dinguis, suena a lágrimas, también a sonrisas, incluso a carcajadas, porque creen haber llegado al edén. Y, sobre todo, se oyen mil lenguas, multitud de idiomas, dialectos, hablas». Miro a Mata y le pregunto si sabe qué hacen con los rescatados. «Ni lo sé, ni lo pregunté, ni lo quise saber. Cuentan que cuando llegaban a Grecia procedentes de Turquía, se los devolvían a Turquía. Ahora vienen de todos los rincones de África. O ni siquiera se sabe de donde vienen. Hay muchas leyendas urbanas, incluso dicen que algunos estados fletan aviones y dejan a la gente en mitad del desierto de África».

«No me extraña que Òscar Camps nos explicase que ellos tratan de no empaparse de las vidas de los rescatados porque, de lo contrario, ni podrían seguir con su vida, ni podrían seguir con su misión», cuenta Marc González, el ojo que todo lo ve. «Yo no sé si lo que vi está cerca del infierno, para mí era el abismo. Sí, el abismo. Porque, cuando alguno te cuenta su viacrucis, cómo vienen huyendo desde hace años del horror, sabes que no te engaña. Y, encima, cree que ‘ahora seré libre, ahora tendré trabajo, ahora mis hijos irán a la escuela’. ¿Joder, de verdad, los gobiernos pueden ser tan insensibles a esta situación? ¿De verdad?»

ALEJARSE DEL TREMENDISMO

Marc sigue dándole vueltas a la cabeza en una esquina del despacho de Lara. Se nota que es un hombre de imágenes más que de palabras, pero no quiere por menos que recordar el momento en que, una vez ya en el barco, uno de los náufragos se le acercó y le preguntó dónde podía cagar. «Me quedé perplejo y le dije ‘no sé, que tal si sacas el culo por la borda ¿no?’ y él me miró con ojos piadosos y me dijo ‘¡hombre…!’ Y mi sorpresa fue aún mayor porque intuí que igual ese hombre pensaba que ya se había ganado un wáter decente. Y, sí, tal vez tenía razón».

Es evidente que a Évole le encanta la idea («aunque no pensamos repetirla») de que 'Astral' resulte un Salvados de pantalla gigante. «Hemos tratado de huir del tremendismo gratuito. No, no, no nos hemos censurado. Las imágenes, por sí solas, ya son tremendas. Lo dicen todo. Hemos apostado, como siempre, por contar una historia». La historia, sé que la saben, la inicia el millonario italiano Livio Lo Monaco, sí, sí, el dueño de los colchones Lo Mónaco, cuando dona su lujoso velero a una oenegé (Open Arms) para que lo utilice en el rescate de personas.

«No hay nada, ¿verdad?, más gratificante que un barco de ricos se convierta en un barco para rescatar pobres. Es la metáfora de lo que, a veces, reclamamos que debería ser la redistribución de la riqueza. Si Camps, con esos recursos limitados, es capaz de hacer lo que hace, ¿qué no harían ustedes, gobernantes, si se lo propusiesen?», argumenta Évole.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"\u00c9vole intenta \"provocar\u00a0","text":"\u00c9vole intenta \"provocar\u00a0cosquilleo en la gente y, de vez en cuando, pellizcar el culo de los que mandan\""}}'El Follonero' y su tribu no tratan de cambiar el mundo. Ni lo pretenden. «No podemos ser tan pretenciosos. Es un poco ingenuo pensar que lo que nosotros hacemos va a cambiar el mundo y/o la actitud de los gobiernos. Concienciar está más en nuestra mano que movilizar. Para mí, lo que ocurrió con nuestro programa sobre la tragedia del Metro de Valencia ya es para dar por cumplidos los mil objetivos con los que nació Salvados. Nosotros debemos provocar cosquilleo en la gente, hacerles pensar y, de vez en cuando, eso sí, pellizcar el culo de los que mandan. No tendría sentido aspirar a mucho más».

UNA VIDA POR 15 EUROS

Entran, de pronto, todos en el despacho de Lara. Vienen como bajados de los árboles para ver si su Robin Hood necesita ayuda y a alguno de ellos (no diré el nombre ni bajo tortura) se le escapa el apodo de capataz. A Évole le pillan haciendo cuentas con su móvil. Y, sí, es de letras. Tarda en dividir 300.000 euros por 20.000 personas salvadas para, una vez obtenido el resultado, mostrarme la pantallita y decirme: «Mira, salvar a una persona en ese mar maldito cuesta 15 euros, es decir, tres entradas en cualquiera de nuestros pases». Tras la cuenta, Évole habla de «auténticos ataúdes flotantes» y de cómo le gustaría que el espectador de 'Astral' se sintiese, al ver el documental, por un minuto, «o medio», viajando desesperado, horrorizado, en un dingui. «Piénselo por un momento, podríamos ser cualquiera de ellos, pero nacimos en el mundo bueno. Están aquí al lado y somos tan idiotas que nos creemos que están lejísimos. No deben estar tan lejos cuando vienen, cuando llegan».

Lucía ha llamado a papá David, le ha prometido que se ha terminado «toooooodo» el yogur. La chica de Marc le ha comunicado que ha comprado entradas para el cine y el cámara prodigioso promete intentarlo de nuevo y, sobre todo, poner mucho interés en el pase. Al otro David, a Mata, le invitan a un concierto en Luz de Gas, sabiendo que su oído aún está descifrando los silencios del mar. Los tres compraron un billete de ida y vuelta al infierno. Y los suyos, su tribu, Évole, Lara y De Paolis están orgullosísimos de lo que han hecho. Y se lo quieren mostrar a medio mundo. Buscan cosquillear al espectador y pellizcar al poder.

Esta vez es Meritxel Aranda quien  entra, de golpe, en el despacho de Lara con los auriculares en sus oídos. «Acabo de oír por la radio que…..» Pero esa es ya otra historia.

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"Art\u00edculos relacionados","text":"-Lo que nunca contamos del Astral, por Jordi \u00c9vole -'Astral' habla de nosotros, por Enric Hern\u00e0ndez -Un documental anticomercial, por \u00d2scar Camps"}}