ANIVERSARIO DE LA PEOR CATÁSTROFE NUCLEAR DE LA HISTORIA

Memorias de un liquidador de Chernóbil

Chernobyl disaster - 30th Anniversary

Chernobyl disaster - 30th Anniversary / rp ase

MARC MARGINEDAS / MOSCÚ

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Habían pasado ya diez años de aquellos 42 días, entre julio y septiembre de 1986, en los que Vladímir Anatolevich Gúdov formó parte del batallón especial 731, encargado de retirar material contaminado por la radiación, y de allanar el camino para la construcción del sarcófago sobre el reactor número 4 de la central atómica de Chernóbil, tras la explosión ocurrida el 26 de abril anterior. Ese día acudió a un laboratorio citogenético a realizar un análisis de sangre, y durante la consulta con la jefa de la institución, ésta le permitió observar en el microscopio sus linfocitos.

Ante su sorpresa, Vladímir comprobó que su muestra presentaba numerosas aberraciones genéticas. Algunos cromosomas X estaban partidos por la mitad, otros de forma parcial, y sus fragmentos, esparcidos por todo el campo de visión del ocular microscópico. Cuando le preguntó si podía saber a qué clase de radiación había estado sometido, recibió una contundente negativa, sin apelación posible: "Solo con la autoridad de la gente en lo alto".

Hoy, 30 años después de la catástrofe que modificó el rumbo de su predecible existencia, este ingeniero agrícola de profesión es un hombre que sufre intermitentemente recaídas, vive de una pensión, ha escrito un libro traducido al inglés (731 Special Battalion) y ha ingresado en la Unión Nacional de Periodistas de Ucrania. Es el único superviviente de los tres vicecomandantes con que contaba su unidad, lo que le permite calcular que el 75% de los integrantes de su batallón "están muertos y enterrados". Por teléfono, desde Kiev, advierte a EL PERIÓDICO acerca de la imposibilidad de poner cifras a la tragedia: "No hay estadísticas, no es posible contabilizar los liquidadores que murieron".

TESTIMONIO ATERRADOR

El relato de Gúdov, recopilado en 155 páginas, es un contenido testimonio de primera mano de una de las cerca de 800.000 personas que durante los meses siguientes a la explosión del reactor, trabajaron en las inmediaciones de la central para limitar los efectos de la tragedia, sellar el reactor y evitar nuevas deflagraciones que amplificaran lo que a la postre se convirtió en el peor desastre nuclear que la humanidad ha afrontado.

Gúdov no tuvo opción de decir 'no'. Ejercía su profesión en una granja colectiva de Ucrania, pero también era un militar en la reserva. Fue convocado en unas horas, sin apenas tiempo para cerrar sus asuntos familiares, con una esposa cuyo bebé aún iba en brazos. "Considera que estás en tiempo de guerra", le dijeron. Cuando llegó a las inmediaciones de la central de Chernóbil, se sorprendió por la juventud de quienes trabajaban allí en turnos previos. "La edad media de los soldados oscilaba entre los 25 y los 35 años", explica en un capítulo de su libro, Y no tardó en averiguar la razón: "Todo se tenía que hacer a la carrera (para limitar la exposición a la radiación) sin importar lo que se tuviera que cargar sobre las espaldas, ya fuera sacos llenos de cemento, o residuos".

El principal problema con el que se enfrentaron fue la deficiente medición de la radiación a la que se exponían, que hizo que en realidad asumieran dosis mucho más elevadas de lo aconsejado para la salud, y de lo que finalmente reflejaron los informes. "Podíamos recibir un máximo de dos roentgen en cada incursión y eso permitía trabajar en una estancia contaminada solo unos minutos", explica. Recuerda como en una de sus expediciones en el reactor número 4, midieron el grado de radiación en una estancia, que era de 20 roentgen por hora, lo que les permitía, a lo sumo, exponerse y completar el trabajo durante solo seis minutos.

Sin embargo, estos cálculos no contabilizaban los traslados hacia las zonas de trabajo, los atajos que tomaban cuando estaban cansados y que les acercaban al núcleo del reactor siniestrado, además de muchos otros imponderables producto de la falta de experiencia ante una catástrofe de tal magnitud. El material que usaban tenía deficiencias. Las máscaras antigás militares que les debían proteger del polvo radioactivo en suspensión quedaban inutilizadas rápidamente por el sudor, que obstruía la vávula respiratoria.

"HABÍA FALTA DE ARMONÍA EN ESA NATURALEZA"

Gúdov recuerda en especial un día en que contemplaba la lujuriosa naturaleza que rodea a la central de Chernóbil. "Un césped suave y verde se extendía bajo nuestros pies... el sol brillaba, el aire era caliente, parecía que nos llenaba de energía", rememora en un pasaje de su libro. Sin embargo, continua, "algo se echaba en falta; no había pájaros, no se oía su piar y el lugar permanecía en silencio...había una verdadera falta de armonía en esa naturaleza".

Gúdov explica telefónicamente que su vida está consagrada que las futuras generaciones recuerden a aquellos que salvaron "millones de seres humanos, entregando su salud y sus vidas". Preguntado acerca de si el mundo ha aprendido la lección de Chernóbil, no se muestra optimista: "Ha sucedido en Fukushima; y puede pasar en cualquier momento y lugar"