Lula y Rousseff pasan al contrataque en un Brasil dividido
Muy pocas veces, puede que nunca, se había visto al expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva tan irritado. “Me sentí como un prisionero”, denunció con tono amargo el líder histórico del Partido de los Trabajadores (PT) el pasado viernes.
Ese mismo día fue arrancado de su domicilio y llevado a declarar por la fuerza durante tres largas horas ante la policía federal, acusado de beneficiarse de la corrupción en Petrobras. Con la rabia y la impotencia de quien ha sido juzgado antes de tiempo, Lula prometió desde el cuartel central del PT que las cosas no van a quedar así y convocó a todos los movimientos sociales de izquierda de Brasil a tomar las calles contra lo que calificó de “golpe judicial”. La suerte estaba echada.
Las advertencias de Lula no han tardado ni 24 horas en hacerse realidad. Durante todo el sábado una escolta de unas 500 personas ha montado guardia durante todo el día frente a su domicilio de Sao Bernardo dos Campos, cerca de Sao Paulo.
Los gritos de "Lula es mi amigo, si te metes con él te metes conmigo" o “no habrá golpe” han ensordecido el ambiente y han impedido a la prensa del país acercarse al lugar. Otro tanto se ha producido en varias ciudades del país como Porto Alegre o Belo Horizonte, en las que las sedes del PT han sido un hervidero de apoyo al expresidente.
CONTRA LA CANDIDATURA
Por otro lado, la sede del Instituto Lula en Sao Paulo, fundación que según el Ministerio Público habría servido para blanquear entre 5 y 8,5 millones de euros, ha amanecido repleta de pintadas contra Lula.
“Lula ladrón. Basta de corrupción, tu hora llegó corrupto”, sentencia el graffiti. Pero la atención ya estaba en otra parte. Habilidoso como siempre, Lula se reunió con la Central Única de los Trabajadores (CUT), la mayor central sindical de Brasil, toda una demostración de fuerza y de sus intenciones de futuro: “Que no duden de que seré el presidente de Brasil en 2018. Pese a quien le pese”.
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Lejos de mantenerse pasivo, Lula se ha lanzado con todo para combatir lo que él considera un “linchamiento” de los medios de comunicación y la derecha del país para destruir su posible candidatura en 2018.
Mientras tanto, las voces que han criticado la actuación del juez Sergio Moro, instructor de la Operación Lava Jato en la Justicia Federal de Curitiba, no dejan de producirse. El juez del Tribunal Supremo, Marco Aurelio Mello, ha criticado duramente el mandado de conducción coercitiva del magistrado Moro y ha sentenciado que no le consta que el expresidente Lula se negase a comparecer” y que “no había ninguna necesidad de llevarlo a varazos”.
ERROR DE CÁLCULO
Cuestionado por sus procedimientos, el juez Moro ha emitido un breve comunicado en el que ha lamentado que su mandato contra Lula “llevase a conflictos puntuales, manifestaciones inflamadas y agresiones de inocentes, lo que pretendía evitar”.
Si algo resume el error de cálculo de la maniobra contra Lula, ha sido la imagen del sábado del expresidente junto a su sucesora Dilma Rousseff en el balcón de su domicilio de Sao Bernardo dos Campos. Con el puño en alto y vestido de rojo, Lula fue ovacionado mientras que Rousseff, quien el viernes se declaró “profundamente indignada”, dio a entender que la causa era común.
Para el PT, la detención de Lula ha sido un "ensayo" con el que medir la reacción de la sociedad de Brasil ante una posible acción contra la presidenta. Ella lo sabe, ahora más que nunca la lucha de Lula será la de mantener con vida el mandato de Rousseff.
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