DÉCIMO ANIVERSARIO DE LOS DISTURBIOS EN FRANCIA

Nada cambia en la 'banlieue'

Carretera 3 Una imagen del mercado Clichy sous Bois' tras los disturbios del 2005.

Carretera 3 Una imagen del mercado Clichy sous Bois' tras los disturbios del 2005.

EVA CANTÓN / CLICHY-SOUS-BOIS

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Sentada en una de las aulas de la Casa de la Juventud, donde calabazas y falsas telas de araña cuelgan del techo presagiando la cercanía de Halloween, Rhama, una joven monitora de 26 años, recuerda los 30 segundos que duró el apagón la noche de aquel fatídico 27 de octubre del 2005. Tres adolescentes, Zyed, Bouna y Muhittin, corrían por el barrio porque llegaban tarde a casa después de haber jugado un partido de fútbol. Era Ramadán y les podía caer una regañina si no volvían a tiempo de romper el ayuno. De repente, apareció un coche policial de la Brigada Anticrimen y comenzó la persecución. En su huida, los chavales buscaron refugio en un transformador de la compañía EDF. Zyed y Bouna murieron electrocutados al recibir una descarga de 20.000 voltios. Muhittin sobrevivió pero sufrió quemaduras graves.

El apagón del que habla Rhama, que tenía entonces la misma edad que los fallecidos, afectó a toda la localidad y la noticia del drama corrió como la pólvora. Con la misma rapidez, decenas de jóvenes se echaron a la calle para expresar su furia y la chispa que prendió en Clichy-sous-Bois se extendió durante 21 días por las 'banlieues' de 36 localidades francesas, evidenciando el profundo malestar de una generación de jóvenes abandonados a su suerte sin trabajo y marginados de los barrios populares por el color de su piel o el origen inmigrante de sus padres.

ESTADO DE EMERGENCIA

Las imágenes de la revuelta -coches quemadosbarricadas improvisadas y enfrentamientos con las fuerzas del orden- dieron la vuelta al mundo y obligaron al Gobierno del primer ministro Dominique de Villepin, que contaba con Nicolas Sarkozy al frente del Ministerio del Interior, a decretar el estado de emergencia el 8 de noviembre.

Una década después, las raíces de la desigualdad siguen presentes. «Desde el punto de vista humano queda mucho por hacer. Los habitantes son aún más pobres que hace 10 años. Hay una precariedad social que clama al cielo y en ese sentido no se ha evolucionado», explica a El PERIÓDICO Mehdi Bigaderne, activista social que trabaja como adjunto del Ayuntamiento encargado de la política municipal.

Es cierto que se han invertido 67 millones de euros en programas de renovación urbana e infraestructuras, y que se ha logrado que el tranvía llegue como muy tarde en el 2017 a una ciudad que, pese a estar a 20 kilómetros de París, necesita una hora y media de transporte público para salir de su aislamiento.

Sin embargo, las cifras dan la razón a quienes ven el vaso medio vacío. El 45% de la población vive bajo el umbral de la pobreza; el 35% de los parados no tiene ninguna cualificación; la tasa de desempleo es del 23% (la media nacional está en el 10,5%) y entre los menores de 25 años llega al 40%. A ello hay que añadir el fracaso del sistema educativo. El departamento de Seine-Saint-Denis, al que pertenece Clichy-sous-Bois, es uno de los más jóvenes de Francia, pero cada año abandonan las aulas más de 150.000 alumnos y más de la mitad de los escolarizados, el 54% frente al 20% a nivel nacional, lo están en un programa de educación compensatoria.

VIVENDA Y SANIDAD

El acceso a la vivienda y a la sanidad tampoco ha mejorado y junto al fomento del empleo siguen siendo aspectos prioritarios para que la igualdad de oportunidades se haga un hueco. «Hay una discriminación no declarada», resume Jordan, animador cultural de 21 años y estudiante de hostelería, que se mueve entre el optimismo y la crítica. «En aquel momento estábamos excluidos. Era Francia por un lado y la banlieue por otro. Hoy, paradójicamente, todo ha cambiado. Se quiere favorecer a los barrios, pero de momento no son más que palabras. Hay que pasar a los hechos».

Habrá que esperar otros 10 años para que culmine el plan del ayuntamiento para renovar los bloques de pisos construidos en los años 60, sin ascensor, y hoy en estado casi ruinoso, del barrio de Chêne Pointu, donde vivían las familias de los chicos que corrieron hacia el transformador aquel 27 de octubre.

Ahí, junto al centro comercial del mismo nombre, Reoudan, un marroquí de 30 años que trabaja en el cercano aeropuerto de Charles de Gaulle, lamenta que desde el 2005 el cambio más visible haya sido la apertura de una comisaría, antes inexistente, «para fastidiar a la gente un poco más». «Nada se ha movido. Nos meten a todos en el mismo saco: gamberros, chusma. Así nos ven», dice.

Hay también una crisis de identidad. Los barrios populares, es decir pobres, siguen muy estigmatizados y Bigaderne todavía se queja del desembarco mediático que soportó Clichy-sous-Bois al día siguiente de los atentados contra Charlie Hebdo «como si hubiera una correlación directa entre los dos acontecimientos». Hoy se sucederán los homenajes a Zyed y Bouna.

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