MÉXICO NO SALE DEL TÚNEL

Chapo, un país rehén del narco

La increíble fuga de Joaquín Guzmán, capo del poderoso cártel de Sinaloa, pone una guinda insultante a la guerra contra el narco que inició Felipe Calderón en el 2006. Cerca de 150.000 muertos más tarde, la peliculera evasión ha tenido lugar cuando viejos y nuevos cárteles se disputan el poder y cada día se hace más grande la fosa común en la que se ha convertido México.

El elocuente titular de portada del diario 'La Prensa' tras la fuga. Abajo, un control militar en la autopista Badiraguato-Santiago de Los Caballeros, en Sinaloa.

El elocuente titular de portada del diario 'La Prensa' tras la fuga. Abajo, un control militar en la autopista Badiraguato-Santiago de Los Caballeros, en Sinaloa.

TONI CANO

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La vida da muchas vueltas, un día estamos en el hoyo y otro día estamos arriba». Joaquín el Chapo Guzmán, el narcotraficante más poderoso de la historia, lanza sus tuits tras fugarse hace una semana del penal más seguro de México. «A seguir trabajando con mis compadres», anuncia. Con su bofetada al Gobierno, que volaba de viaje oficial a París cuando él escapó por el túnel, el capo del cártel de Sinaloa pone la guinda a casi una década de nefasta narcoguerra y vuelve a la palestra, dispuesto a recuperar el terreno perdido en 17 meses de encierro en los que ha medrado la competencia dentro del cambiante mapa del narco.

Miles de federales los buscan por todo el país. «La cacería está en marcha», dice el jefe de operaciones de la agencia antinarcóticos estadounidense, DEA, Jack Riley. Él lo rastreó hasta su captura en febrero del año pasado y ahora asegura: «Los vamos a perseguir y a meterlos de nuevo en la cárcel». Mientras, el Chapo dice estar de regreso: «De vuelta con mi familia, toda mi gente conmigo». Y muchos lo imaginan «confortablemente instalado» en ese triángulo dorado mexicano que enrojece de amapola y reverdece de la aquí llamada mariguana, de Durango a Sinaloa. Ahí, en Badiraguato, lugar conocido como «la mera mata del narco», nació Joaquín Guzmán Loera hace 58 años.

Tras la marihuana y el opio de la amapola convertido en la heroína barata que al norte del río Bravo conocen como brown sugar (azúcar moreno), el Chapo completó los tres colores de la bandera mexicana con el tráfico de cocaína y la fabricación de metanfetamina y otras drogas sintéticas. Y no solo permeó la frontera estadounidense con un centenar de túneles, sino que, gracias a grandes alianzas y sobornos, expandió su imperio a toda América y el trasiego de drogas a los cinco continentes. El cártel de Sinaloa se afianzó además en la cumbre del narco con una violencia quirúrgica contra sus competidores e incluso aumentó su poder en medio de la narcoguerra.

Violencia extendida

Al presidente anterior, Felipe Calderón, se le ocurrió hace 10 años declarar la guerra a los cárteles de la droga. Hasta se vistió de militar y vistió igual a su hijito. Pero el uniforme le venía tan grande como un despliegue militar que levantó avisperos y extendió violencia y crimen por todo el país. Enfrente, un enemigo etéreo y transnacional que penetraba en todas las instituciones a base de lo que otro presidente histórico bautizó como «cañonazos de dólares». El corresponsal recuerda la confesión de un militar poco después de llegar a México, 28 años atrás: «Un día llegas a tu mesa, abres con llave tu cajón privado y te encuentras un Rolex apretando un fajo de billetes. A quién se lo devuelvo, quiénes de todos los que te miran están en el ajo. Algún día te llaman: solo tienes que dejar de hacer algo».

La que hemos venido denominando narcoguerra, en un país en el que hasta los corridos son ahora narcocorridos, se ha cobrado ya más de 150.000 vidas, las listas de desaparecidos suman entre 20.000 y 40.000 personas, y tampoco han cesado el cobro de derecho de piso a los negocios de todo tamaño y los secuestros de todo tipo y a todo nivel. En varias regiones han proliferado los grupos de autodefensa; en muchas barriadas de las ciudades, las rondas de vigilancia vecinal. Intelectuales, poetas, sacerdotes definen a México como «un país de fosas comunes, una inmensa fosa clandestina, un país de huérfanos y desaparecidos».

El despliegue militar levantó avisperos que extendieron crimen y violencia a casi todos los 32 estados mexicanos. La caza, el abatimiento y la captura de los grandes capos, el aparente desmantelamiento de sus cárteles, provocaron su fragmentación y el surgimiento de células y bandas delictivas de funcionamiento territorial, nombres tenebrosos y violencia extrema. La Fiscalía mexicana recuenta casi medio centenar de estas bandas, la mayoría brazos armados de nueve cárteles: los de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación, Los Zetas, Golfo, Tijuana, Beltrán Leyva, Juárez, Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios.

El Chapo Guzmán acabó como gran ganador del sexenio que Calderón marcó con la narcoguerra. Con la vuelta al poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI), todo México esperaba que el presidente, Enrique Peña, pusiera freno a la espiral de terror. Muchos mexicanos dicen: «Votamos por Peña y el PRI porque creímos que podían parar tanto muertito, pero todo continúa igual o pior». La narcoguerra, la delincuencia y la inseguridad siguieron rampantes, solo que se dejó de hablar de ellas y de mostrarlas en televisión.

Cayeron más capos, cayó el Chapo en lo que algunos investigadores, como Edgardo Buscaglia, consideran un «pacto con el Estado», y en el tablero del narcotráfico empezaron a surgir nuevas figuras. Lo hicieron a partir, precisamente, de grupos auspiciados –entre relaciones familiares y compadrazgos– por el propio cártel de Sinaloa a través de Ignacio Coronel, jefe de plaza en Jalisco, el estado del mariachi y el tequila, con base en Guadalajara, la segunda ciudad de México y antaño capital urbana del narco.

Esos grupos se presentaron como Matazetas e hicieron honor a ese nombre, sobre todo hace cuatro años en Veracruz, donde en pocos días mataron a docenas de sicarios y colaboradores de Los Zetas. Cual desafío, dejaron un camión con 35 cadáveres en plena avenida del puerto veracruzano, bajo el gran mall Plaza de las Américas y un World Trade Center listo para la gran conferencia nacional de fiscales. Sin embargo, igual que Los Zetas extendieron su red criminal en guerra contra el cártel del Golfo, que los creó como brazo armado, los Matazetas pasaron a ser el cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), hasta ponerse en poco tiempo a la altura del de Sinaloa.

La muerte de Ignacio Coronel dio alas a ese nuevo cártel y la captura del Chapo acabó por encumbrarlo. Su tráfico de cocaína y metanfetaminas evitó EEUU para dirigirse a Canadá y halló nuevas rutas hacia Asia y Europa, con enormes beneficios. Apenas hace cuatro meses que EEUU advirtió del poder del Nueva Generación, así como de la riqueza de sus aliados financieros, dirigidos por seis hermanos conocidos como Los Cuinis. Las autoridades mexicanas la consideran una sola organización incluso por vínculos familiares, pero la DEA dice que son mafias distintas y asociadas.

Cuando nadie había oído de ese otro grupo, los agentes antinarcóticos aseguraron: «Los Cuinis son los narcotraficantes más ricos del mundo». Y aún más: «A final de febrero, las autoridades mexicanas detuvieron, sin saberlo, al narco más rico del planeta». Se referían a Abigael González, el Cuini, el mayor de los hermanos, capturado en Puerto Vallarta, Jalisco, en uno de los operativos conjuntos de la Marina, la policía y la Fiscalía General. «Los Cuinis son los dueños casi absolutos del mercado europeo y asiático de las drogas», rezaban informes del espionaje estadounidense.

Un alto funcionario de la DEA confirmaba: «El Cuini y sus hermanos son los narcotraficantes más ricos porque son quienes venden más cocaína y metanfetaminas en Europa y las autoridades del continente no han logrado confiscarles casi nada de dinero ni de droga; es decir, sus ganancias son totales». Mientras los grupos tradicionales de Sinaloa, el Golfo de México y la conocida como Tierra Caliente se disputaban las rutas hacia EEUU, Los Cuinis y el CJNG ganaban «miles de millones de dólares» asociados con narcos sudamericanos en el tráfico hacia Europa. «El cártel de Sinaloa domina el mercado estadounidense y la mayoría de plazas y rutas de México. Aún es el que tiene más poder de intimidación, arsenal sofisticado y brazo de corrupción», precisaba el funcionario de la DEA. Pero Los Cuinis ya eran más ricos: «No son violentos, no llaman la atención y son casi impenetrables en su estructura de mando». Lavan dinero en un sinfín de «empresas familiares» e invierten «sobre todo en el sector de bienes raíces». Una mujer une a Cuinis y Nueva Generación: la esposa de Abigael González y exmujer de Armando Valencia, otro precursor detenido hace dos años, es hermana de Nemesio Oseguera, el Mencho, jefe del cártel de Jalisco. Oseguera ha sido en estos meses, hasta la fuga del Chapo, el hombre más buscado por ambos países. Y si su cuñado no es violento, como dice la DEA, el Mencho reaccionó con gran poder de fuego a las primeras detenciones de sus allegados. Sus sicarios mataron a 15 policías en dos emboscadas y, el 1 de mayo, derribaron el helicóptero militar que lo avistó y colapsaron todo Jalisco, empezando por su capital, Guadalajara, con el incendio de docenas de autobuses y camiones, así como algunas gasolineras. Como otros, el investigador Buscaglia opina que el Chapo «se fugó al considerar roto su pacto con el Estado», que depuró a funcionarios corruptos que lo servían y no evitó ese auge de sus ahora competidores. Algunos analistas, como Julio Hernández, prevén que «la reinstalación del capo y empresario al frente de su negocio trasnacional aportará equilibrios, mediante acuerdos o mediante guerra, con los nuevos cárteles desbordados». De momento, las amenazas de Guzmán se dirigen a quienes lo encarcelaron: «No hallan donde meterse aquellos que me juzgaron ni el marino que me llevó al helicóptero ni el puto que me puso». Sin embargo, hay consenso en determinar que vuelve dispuesto a seguir luchando por las rutas del Golfo y el centro que aún se le escapan. Convertido de nuevo en el enemigo público número uno y el hombre más buscado con millonarias recompensas, el Chapo dice estar con su familia y su gente. Sus feudos se extendían mucho más allá del triángulo dorado de la Sierra Madre, hasta lugares insospechados, como una aldea perdida entre cerros verdes a la que este corresponsal llegó por casualidad tiempo atrás. Allí todos esperaban su vuelta: «Hombre generoso, el patrón. Siempre llegaba con animales, algunos ya muertos pa la fiesta. Y sobre todo los primeros días, había cola para pedirle favores que él resolvía más que a satisfacción uno por uno». Tras coronar al final del túnel, el Chapo vuelve al tablero: «Un segundo basta para cambiar toda una historia... Ya estoy de regreso».