DESPLAZAMIENTOS EN EL CONTINENTE AMERICANO

Crecida en río Bravo

IDOYA NOAIN

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Quizá sea, como dice Allan Daniel Pérez, cónsul de Guatemala en McAllen (Texas), porque «los coyotes están engañando sobre la reforma migratoria en Estados Unidos y promocionando su producto» y porque, en términos económicos, «aquí hay y allá no». Puede ser, como reflexiona Julio Narváez en la Casa del Migrante en Matamoros (México), cuestión de que «el sueño americano pesa mucho en sus cabecitas». Cabe la posibilidad de que sea porque son desplazados de conflicto armado, aunque la violencia de bandas, maras y carteles en Centroamérica oficialmente no se haya clasificado así, por más que lo sugiera Naciones Unidas.

Como sea, menores no acompañados de Honduras, Guatemala y El Salvador están cruzando la frontera de EEUU en cantidades nunca vistas hasta ahora. El lugar elegido por la inmensa mayoría es el valle del río Grande, donde la agencia de Aduanas y Patrulla de Fronteras aprehendió entre el 1 de octubre y el 15 de junio a 38.000 menores no mexicanos que viajaban en solitario, un 27% del total de 137.000 inmigrantes apresados, el 178% más que en los 12 meses anteriores.

Forman lo que se conoce como «la crecida», un torrente humano, 52.000 menores solos capturados en toda la frontera que se calcula que pueden llegar a los 90.000 en octubre. Ha desbordado administrativa, logística, política y moralmente a EEUU y ha sumido al país en una «situación humanitaria urgente», según definió Barack Obama.

SIN ABASTO / Desde el 2008 todos los menores sin papeles de países que no sean México o Canadá no pueden ser deportados inmediatamente. A los que llegan solos la patrulla fronteriza puede tenerlos hasta 72 horas para procesar su caso. Luego pasan a la Oficina de Reasentamiento de Refugiados (ORR), en cuyos refugios permanecen hasta que se localiza a un familiar o cuidador que se encargue de ellos mientras se estudia su proceso judicial, en el que no tienen derecho a representación legal.

Nada da abasto: ni el personal ni las instalaciones de la patrulla fronteriza, selladas a la prensa pero de donde han salido imágenes de hacinamiento. Tampoco los 80 refugios de ORR, lo que ha obligado a buscar centros de emergencia como el de Murrieta, en California, donde protestas de ciudadanos con un sentimiento antiinmigrantes también desbordado han impedido el traslado. Se atora aún más un circuito judicial ya atascado.

Los menores centroamericanos que llegan con algún familiar tampoco pueden ser deportados y, en su caso, menor y adulto deben ser puestos en libertad con orden de comparecer ante un juez. Es la citación que recibió Evelyn López, hondureña de 19 años que cruzó hace tres días con su hijo de un año y dos adolescentes guatemaltecos en una lancha fletada desde Reynosa por coyotes, que les dejaron a su suerte al otro lado.

Tras ser apresada y procesada, Evelyn esperaba el viernes su viaje a Houston en un refugio en la iglesia del Sagrado Corazón de McAllen, que atiende a los inmigrantes que las autoridades dejan en la central de autobuses. Duchas portátiles, mesas llenas de donaciones, catres... Hay aire de otros sitios, no del mundo que se dice desarrollado. Lo constata Kim Burgo, una de las responsables de Catholic Charities, con dos décadas de experiencia en lugares como Ruanda: «Si no estuviéramos en EEUU correríamos a instalar un campo de refugiados».

TRÁFICO INCESANTE / No es nada nuevo el tránsito ilegal por un río que se merece más que su nombre oficial el oficioso de Bravo por sus traicioneras corrientes. Lo sabe Roberto Valdez, que vive en Granjeno, una desvencijada sucesión de casas entre cuyos 313 habitantes impera un silencio que tiene que ver con el miedo o con algo más oscuro. A su casa solo le separa de México una estrecha franja de terreno y el río. «Antes aquí se pasaba mucha droga. Ahora, inmigrantes. Hace casi un año que empezamos a ver más niños. A cada rato. De 13 y 14 años y de menos».

En su relato se cuela en voz baja una cantinela que se escucha en otras conversaciones que exigen anonimato en el valle: el tráfico de drogas y el de personas son indivisibles. Como cuenta un mexicano de 49 años que pasó 17 en la cárcel por narcotráfico y que en su juventud cobraba 500 dólares por pasar compatriotas, «mientras se busca inmigrantes en un punto se desatiende otro», por más que 250 agentes hayan llegado a reforzar a los 3.000 que tenía este sector.

El tráfico humano es en cualquier caso un lucrativo negocio por sí solo. Por un recorrido que en lancha o neumático lleva escasos dos minutos los coyotes están cobrando 1.500 dólares o más, según testimonios de inmigrantes recogidos en McAllen, Reynosa y Matamoros. Algunos llegan a las poblaciones tamaulipecas ya con el contacto de su coyote. Otros son secuestrados.

Los mexicanos, deportables, suelen cruzar de noche. Muchos centroamericanos, en cambio, pasan a plena luz de día y buscan entregarse a las patrullas. Las mafias han extendido el rumor de que las leyes han cambiado  y hay «permisos» para menores. Es una tergiversación de la orden ejecutiva de Obama del 2012 que empezó a dar permisos temporales a quienes llegaron como niños antes del 2007. Aunque sea falso, «la voz ha corrido entre ellos», como ha podido constatar la hermana Nidelvia Avila, que regenta la Casa del Migrante en Reynosa.

Es dinamita que ha estallado en países como Honduras, con la mayor tasa de asesinatos del mundo (90 por cada 100.000 habitantes). Miles de kilómetros al norte, crece el río Bravo.