50º ANIVERSARIO DE UN MAGNICIDIO

Los Kennedy se apagan

Caroline Kennedy llega en un carruaje a una ceremonia en Tokio, ayer.

Caroline Kennedy llega en un carruaje a una ceremonia en Tokio, ayer.

RICARDO MIR DE FRANCIA
WASHINGTON

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Un año después del asesinato de Robert Bobby Kennedy en 1968, su hermano Edward (Ted) regresaba de una fiesta en la que había agradecido el apoyo a la campaña presidencial de Bobby cuando su coche se cayó por un puente de la isla de Chappaquiddick (Massachusetts). El senador salvó la vida, pero su acompañante, la veinteañera Mary Jo Kopechne, se ahogó en las aguas de la bahía. El incidente estuvo a punto de fulminar su carrera política, tras saberse que abandonó el lugar del accidente y no informó a la policía hasta el día siguiente. Una semana después, en un discurso televisado, se preguntó si no era acaso cierto que «una terrible maldición cayó verdaderamente sobre los Kennedy».

Las desgracias y los escándalos han marcado los destinos de la familia Kennedy, lo más cercano a una estirpe aristocrática que ha tenido la política estadounidense en el último siglo. La dinastía ha producido una continua sucesión de servidores públicos, desde congresistas a gobernadores o embajadores, pero como si se tratase de una tragedia griega, el infortunio les ha golpeado en momentos decisivos. El presidente JFK fue asesinado hace medio siglo en Dallas. Cinco años después, en 1968, moría también a balazos y en plena campaña presidencial su hermano Bobby, exfiscal general del Estado e icono del progresismo.

«Parece que cada vez que un Kennedy estuvo a punto de conseguir sus objetivos o ambiciones, tuvo que pagar un precio trágico», escribió Edward Klein en La maldición de los Kennedy: Por qué la tragedia ha perseguido a la primera familia.

Emigrantes irlandeses llegados a las costas de Nueva Inglaterra en la década de 1840, la fundación de la dinastía se atribuye a Joseph Joe Kennedy, el padre de JFK, un banquero que hizo fortuna con inversiones en Wall Street y Hollywood antes de convertirse en embajador de Roosevelt en Londres.

Su política de apaciguamiento hacia los nazis y su derrotismo en los albores de la segunda guerra mundial truncaron su carrera política. «Joe quiso que sus hijos lograran lo que él no había podido lograr y se conjuró para que uno de ellos fuera el primer presidente católico de EEUU», explica el historiador presidencial Tom Whalen. El testigo recayó inicialmente en su primogénito, Joe Jr., hasta que el caza que pilotaba sobre el Reino Unido explotó en 1944. Cuatro años más tarde, un accidente aéreo en Francia se llevó a su hermana Kathleen.

Con los asesinatos posteriores de Jack y Bobby, cuatro de los nueve hijos del patriarca habían muerto antes de que acabara la turbulenta década de los 60. A ese cómputo trágico hay que añadirle el infortunio de otra de sus hijas, Rosemary, que pasó casi toda su vida internada en un psiquiátrico después de que su padre la sometiera a una lobotomía a los 23 años para tratar de corregir sus problemas mentales. Desde su marcha, el padre prohibió que su nombre volviera a mentarse en el hogar de los Kennedy.

Tercera generación

La tercera generación de la estirpe tampoco escapó a la fatalidad. David Anthony, hijo de Bobby, murió de sobredosis en 1984. Su hermano Michael falleció en un accidente de esquí en 1997. Dos años después moría el primogénito de JFK, John, al estrellarse el avión que pilotaba junto a su mujer. Hace dos años, Patrick, uno de los vástagos de Ted, abandonó el Congreso por problemas de abuso de drogas, concretamente medicamentos.

«Se habla de una maldición, pero yo diría simplemente que los Kennedy vivieron asumiendo riesgos. Es su forma de afrontar la vida. Eso hace que consigas grandes cosas, pero también que te golpee la desgracia», dice Whalden. La cantera familiar no ha muerto, pero su influencia política atraviesa por un lento declive. Actualmente solo hay un Kennedy en el Congreso, Joseph Patrick, el nieto de Bobby, mientras Caroline Kennedy, la única hija viva de JFK, es desde esta semana embajadora en Japón.