Congreso del partido comunista

China busca atajar la corrupción ante el malestar popular

Un guardia de seguridad, frente a un retrato de Mao en Pekín, ayer.

Un guardia de seguridad, frente a un retrato de Mao en Pekín, ayer.

ADRIÁN FONCILLAS
PEKÍN

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El reciente cese de Bo Xilai fue publicitado por Pekín como el corolario de la ausencia de excepciones en la lucha contra la corrupción. El exjefe del partido en el municipio de Chongqing espera juicio y la condena se da por descontada. Bo no ocupará uno de los asientos del comité permanente, órgano al que se había postulado, paradójicamente, por protagonizar la mayor campaña anticorrupción de la historia en China.

La corrupción es uno de los problemas más acuciantes. Centra cualquier discurso de Pekín, consciente de que castiga su legitimidad y estimula las protestas sociales. El presidente, Hu Jintao, la pronunció 16 veces en el reciente discurso del Congreso del Partido Comunista de China (PCCh).

Una encuesta reciente de Pew Glotal Actitudes revelaba que la mitad de la sociedad considera la corrupción como un «problema muy grave». El primer ministro saliente, Wen Jiabao, ha personificado la batalla. «Si no se soluciona (…) matará al pueblo», dijo en marzo. Admitió que «la actual lucha no cumple las expectativas de la sociedad» y anunció nuevas leyes. Una prohíbe a los directivos de empresas estatales que enriquezcan a esposas, hijos o «partes especiales».

ACTIVO GUBERNAMENTAL / El diario The New York Times desvelaba la semana pasada que la familia de Wen había acumulado más de 2.000 millones de euros durante su década en el poder. Las investigaciones describen la febril actividad empresarial de su esposa, su madre, su hermano menor y sus dos hijos en sectores como el de las telecomunicaciones y las infraestructuras. Su madre, de 90 años, poseía cinco años atrás una inversión de 93 millones de euros en la aseguradora Ping An. La información atacaba al mayor activo del Gobierno: el abuelo Wen es un político de orígenes humildes, querido por el pueblo y siempre dispuesto a confortar a las víctimas de las desgracias.

El primer ministro ha contratacado pidiendo que el partido investigue su patrimonio familiar. Wen pretende limpiar su nombre y, además, impulsar una ley que obligará a los altos líderes a hacer públicos sus bienes familiares.

En ese contexto de declaraciones rotundas, sorprendió que un diario oficial pidiera tolerancia «a unos niveles aceptables» de corrupción. «El público debe entender que no es realista que China termine con toda la corrupción sin hundir a todo el país en el dolor y la confusión». El editorial del Global Times provocó la ira de internautas hasta que fue borrado.

Las víctimas de la corrupción han peregrinado durante milenios a Pekín. Antes buscaban ayuda imperial frente a los abusos de los mandarines; hoy buscan la del Gobierno central frente a los de las provincias. Basta viajar por China para comprobar que el secretario del partido del pueblo más misérrimo posee coches y casas imposibles para su magro sueldo oficial. Los chinos están convencidos de que Pekín, emisor diario de mensajes de limpieza, fulminará a los funcionarios locales en cuanto tenga noticia de sus desmanes. Su certeza ha mantenido vigente la figura del peticionario.

EQUILIBRIO DE TERROR / Los escándalos que han salpicado a las altas figuras de la política hacen tambalear ese pilar que aguanta la credibilidad de Pekín. Por primera vez, muchos chinos miran con desconfianza al comité central.

«El caso de Bo ha dañado seriamente la reputación del partido porque ha mostrado que todos son corruptos. Están en un sistema de equilibrio de terror: como todos son corruptos, si uno de ellos es acusado de eso puede fácilmente acusar de lo mismo al resto», señala por correo electrónico Wen-Cheng Lin, decano de la Universidad Nacional de Sun Yat-Sen (Taiwan).

Xi Jinping, el presidente entrante, es un martillo contra la corrupción. En sus intervenciones públicas ha subrayado la urgencia crucial de atajarla y un cable de la embajada estadounidense desveló que mostraba su repulsión por los oficiales corruptos. Su reputación está limpia incluso después de que la agencia de noticias Bloomberg desvelara que su familia tenía bienes por valor de 388 millones de euros. Los reportajes periodísticos sobre Wen y Xi reconocen que sus riquezas se han levantado con prácticas legítimas, lo que sugiere una cleptocracia que ni siquiera requiere de la corrupción para aceitar sus negocios.

La honesta intención de combatir la corrupción choca contra un sistema que la estimula. Tras una detención sonada se suele pensar que el desdichado no pagó en la ventanilla adecuada, fue víctima de guerras intestinas o elegido como el cabeza de turco que cíclicamente calma a las masas. Muchos opinan que Bo Xilai, con unas riquezas desorbitantes, cayó por las luchas de poder.