crónica desde kioto // JORDI Juste
El ensordecedor canto matinal de la cigarra
Dicen las estadísticas que Japón es el país más ruidoso del mundo. La lista de ruidos es larga y depende de la sensibilidad de cada persona. Trenes y automóviles que pasan rozando las casas, camiones que avisan cuando van a girar, caravanas de ultraderechistas con altavoces, políticos en campaña anunciando promesas desde sus coches o grupos de bicicletas chirriantes.
Otros ejemplos de ruidos causados por los japoneses son los avisos para que la gente no se olvide cosas en los transportes públicos, las bandas de motoristas nocturnos, las alertas frente a las escaleras automáticas, ascensores, hornos o máquinas de cocer arroz que hablan y las grabaciones para enmascarar los sonidos corporales en los servicios para mujeres. Pero ninguno de estos sonidos es comparable, ni en volumen ni en ubicuidad, al canto de las cigarras en verano.
El clima tórrido y la abundancia de árboles hacen de Japón un ecosistema del todo ideal para este tipo de insectos. Los omnipresentes cerezos, desnudos en invierno y efímeramente floridos durante la estación primaveral, se pueblan en verano de cigarras que, a medida que avanza el calor, van dejando sus hojas verdes llenas de agujeros. Desde que termina la primavera empieza a aumentar su número hasta alcanzar su máximo apogeo en plena canícula y luego disminuir lentamente para cesar con la llegada del otoño.
Dicen que su existencia es muy beneficiosa para los vegetales porque los libera de algunas plagas. Pero para los oídos humanos su canto es molesto y ensordecedor. Un problema añadido es que las cigarras cantan especialmente (aunque no exclusivamente) durante el día y en Japón el sol sale muy temprano. A primeros de agosto, en Tokio lo hace a las cinco menos diez minutos de la mañana y en Kioto 15 minutos más tarde. Y poco después de que empiece a clarear comienza ya el concierto de las cigarras macho para atraer a las hembras.
Yo vivo en un sexto piso y, a partir de las seis, se hace ya muy difícil mantener el sueño. Pero es que en una planta más baja, o a ras de suelo, a veces hay que hablar a gritos para hacerse entender entre el estridente chirri-chirri-chirri.
Para los japoneses las cigarras parecen ser un reto a su proverbial capacidad de soportar las adversidades. Además, desde antiguo se las ha considerado un ejemplo de la mutabilidad de las cosas y están muy presentes en diversas formas de arte, sobre todo en la poesía. Negawakuba nembutsu wo nake natsu no semi (si estás rezando reza al Buda Amida cigarra de verano), es sólo un ejemplo de las decenas de haikus que dedicó a este insecto el poeta Issa Kobayashi hace más de dos siglos.
Curiosamente, la fábula de Esopo sobre la cigarra y la hormiga es conocida en Japón en su versión centroeuropea, es decir con la festiva cigarra convertida en grillo. A la población japonesa le encanta esta historia porque es consciente de haber creado con su laboriosidad una civilización próspera en un medioambiente a menudo hostil. Grillos o cigarras, los impertinentes insectos les recuerdan cada verano a gritos la sabiduría de la hormiga.
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