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Él no vino para que le dieran de comer, vino a trabajar

Comedor social en el Eixample de Barcelona, en febrero del 2013.

Comedor social en el Eixample de Barcelona, en febrero del 2013. / JOAN PUIG

“Ojos que no ven corazón que no siente”, reza el dicho popular... Y así parece ser, cuando a diario convivimos con la noticia cotidiana de las necesidades de "los otros"

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La crisis económica golpea cada vez más fuerte a la sociedad. Cada día centenares de personas acuden a los comedores sociales. Detrás de cada necesidad de un plato caliente, existe una historia.

Ha hecho falta que acudiera semana a semana a ayudar a un comedor social, para reencontrarme con las personas. Gente que se esconde huidiza detrás de una lacra, que estigmatiza y desdibuja al ser humano, para convertirlo con desdén en un triste número de estadística.

Esos rostros ajenos al principio, que encierran una historia en su interior de soledad y desarraigo normalmente, sin alma aparente, han ido tornándose en rostros familiares, que se quejan, sonríen, exigen, agradecen, transmiten sentimientos, y reclaman atención por igual.

Con algunos, solo produciéndose un contacto visual, he visto como sus pupilas explican mudas la difícil existencia de sus vidas. Personas más necesitadas de una frase amable que de un plato de comida, solo buscando un trato que les devuelva la dignidad.

Atrapados sus afectos irremisiblemente, entre la nostalgia del mundo que dejaron atrás con sus seres queridos, y entre un mundo nuevo, en el que demasiadas veces no acaban de encontrar su lugar...

Si me lo permitís quiero hoy ponerles nombre, signo inequívoco de identidad y por mi parte respeto, a uno de esos hombres y mujeres, que solo suelen dar voz a la estadística.

Morrison, su digna actitud, su talante, su aliño personal, sus diestros gestos, sus diligentes peticiones, su rutinario ritual aderezando el té con menta fresca y un toque cítrico, le hicieron perfilarse al instante, entre la masa homogénea de gente desayunando, durante el trajín cotidiano del efervescente comedor, de la semana de Navidad a Fin de Año.

El trato correcto aunque distante potenció más si cabe el halo exquisito que emanaba su lenguaje gestual. Un comentario un día, varias frases otros, cierta sintonía, mi audaz naturaleza y quizá, seguro, por el sentimiento solidario navideño le invité a cenar

En seguida advertí que lo que le hacía distinto al resto era su obstinada actitud en preservar su dignidad a cualquier precio, delante de cualquier revés que le tuviera asignada la vida con 52 años, doce de andadura en España, 8 de los cuales trabajaba en el ramo metalúrgico, tras dos años de subsidio y en actual litigio con sus antiguos caseros, por la pérdida del disfrute de la vivienda que les alquiló, vive errático pensando en cómo volver a su país de origen, Nigeria, con la fortaleza en su fuero interno de no olvidarse de quién es, gritándole a su ánimo abatido, que él no vino aquí para que le dieran de comer, vino para trabajar, para conseguir un modo de vida por el que respetarse y sentirse respetado.

Me dio esa noche una inmensa clase de honestidad, consigo mismo , mostrándose en todo momento a mis ojos como el hombre digno que se siente y sigue siendo, tan solo falto de oportunidad

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