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Sobre los "constitucionalistas"

5 de julio de 1976: Suárez jura como presidente del Gobierno en el Palacio de la Zarzuela.

5 de julio de 1976: Suárez jura como presidente del Gobierno en el Palacio de la Zarzuela. / EUROPA PRESS

Sofia Royo Andreu

A veces me invade la sensación de que no pertenezco a un nuevo grupo de personas: los «constitucionalistas». Hasta hace relativamente poco, no había conocido a ningún «constitucionalista» que no fuera crítico, en mayor o menor medida, de una forma u otra, con la Constitución. Este término designaba, más allá de una ideología que triunfa tras la segunda guerra mundial, a un grupo de especialistas en Derecho. Mentes, algunas más brillantes que otras, deseosas de lucidez jurídica en el ámbito del Derecho político. Un gremio al que yo, bajo la supervisión del profesor M. A., en principio, iba a pertenecer.

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Hoy, sin embargo, parece que el término «constitucionalista» designa a aquellos que se dicen defensores y amigos de la Constitución. Algo que no deja de ser un tanto curioso, cuanto menos, habida cuenta (como tienen) de la existencia de un órgano diseñado ad hoc. O, si pensamos en que alguno de los partidos políticos que así se proclaman, aunque nunca lo implementan, llevan en programa modificarla. De todas formas, se ha despertado en mí una atención sobre esta cuestión a la que me gustaría dedicar algunas líneas.

Hasta ahora, sabíamos cómo se comportaba un «constitucionalista» en el sentido estricto. Lo identificábamos, naturalmente, porque estudiaba la Constitución. Algo relativamente sencillo. Hoy, para saber quién es un «constitucionalista» es algo más complejo. Debemos preguntarnos por la relación amistosa que mantiene, dice, con dicho texto: ¿qué ha hecho para merecer tal calificativo? ¿puede afirmar, con toda seguridad, que es amigo de la Constitución? ¿la conoce? ¿qué pruebas de dicha amistad puede aportar? ¿Un amigo de la Constitución? ¿lo seré yo?

En todo caso, dado que la mente humana no tiene límites, seguro que hallaríamos respuestas sorprendentes sobre los aspectos que presenta dicha relación. Lo que pretendo destacar es que esta actitud, si solo fuera estúpida tira que te vas; pero resulta que es ontológicamente contraria a la esencia de nuestra Constitución. Pues, se traduce en clavar la mirada sobre los demás para clasificarlos y sentenciarlos por su ideología: ¿será realmente amigo de la Constitución? ¿quizá solo lo aparenta y en realidad no es tan amistoso? ¿y si en verdad es un enemigo? ¿y si no manifiesta fidelidad? ¿qué hacemos con él? ¿lo mantenemos en la cárcel? ¿dejamos que salga y apoye a un candidato a la presidencia de un parlamento?

Quizá no seamos conscientes de ello, pero esto está pasando.

Espero que algún día podamos reírnos de esta locura. De lo contrario no solo significará que España solo sabe usar la fuerza de Estado para resolver los desafíos políticos que plantea democrática y pacíficamente la ciudadanía; también querrá decir que con su incapacidad se ha cargado la democracia, que no hemos aprendido nada, que otra vez nos hemos vuelto completamente locos.

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