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Rivera o el autoproclamado salvador de la legislatura

Albert Rivera y Mariano Rajoy, en la ratificación del acuerdo entre sus partidos en el Congreso. 

Albert Rivera y Mariano Rajoy, en la ratificación del acuerdo entre sus partidos en el Congreso.  / AGUSTIN CATALAN

No es sorprendente que, a menudo, para que te vaya bien en política tengas que arrimarte al sol que más calienta. Claro, todo aquel que ya lleve algunos años en esta sociedad sabrá que estar junto a la persona indicada te aporta cierto status y algún que otro beneficio. Antes este era un arte sutil, en el que el sujeto que se aprovechaba de esa persona en mejor posición lo hacía con la mayor discreción y como el que no quiere la cosa. Pero, ¡ay!, estamos en tiempos de descaro.

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Y el vivo ejemplo lo tenemos en las elecciones del 20 de diciembre y las pasadas del 26 de junio. El partido bisagra de Albert Rivera se alió entonces con Pedro Sánchez. Había bajado en votos, sí, pero tras los cuatro años de 'marianismo' esperaba que el resto de partidos estuviera ansioso por investir al socialista para evitar la continuidad de Rajoy. Craso error, nada de acuerdo: la casi investidura se quedó en eso, en casi, y las intenciones de ser uno de los salvadores de la patria se fueron con unas nuevas elecciones.

Qué curiosidad que ahora, con el miedo a unas terceras elecciones, haya optado por el pacto con el otro bando que ya parece haberse asentado como el más votado una vez más. El PP es el clavo ardiendo al que agarrarse para conseguir acuerdo, para evitar perder más escaños, y ya que apoyar al PSOE no ha servido, con estos debe de funcionar. El caso es vender el favor al mejor postor, prostituir los ideales inclinándolos hacia los más convenientes. Interesante que el señor Rivera parezca tener complejo de salvador de la legislatura (o de la patria) para poder decir una y otra vez en cada micrófono: «¡Gracias a mí, gracias a mí!».

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