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Refugiados: ¿Qué nos importa dejar morir?

Una mujer con su hija en el autobús antes de salir de Idomeni.

Una mujer con su hija en el autobús antes de salir de Idomeni. / REUTERS / MARKO DJURICA

Cuenta una leyenda siria que las personas se ganan su existencia por sus actos. Al nacer, el ser humano no es más que un cuerpo que se granjea su propia realidad a través de sus acciones.

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La gente que le rodea lo percibe, pero él sabe que no está completo. El ser humano puede ser visto, escuchado y tocado. Puede incluso olerse su realidad y se puede probar. Probar su existencia mediante el sentido del gusto y a razón de todos los anteriores. Pero a lo largo del Mediterráneo bajo el sol que reluce en sus aguas se apaga la existencia del ser humano. Este deja de ser visto, porque des de la tranquilidad de la costa su agonía no puede divisarse. El ser humano ya no puede escucharse, pues el aire sofoca sus gritos luchando por no hundirse en su travesía hacia la conquista de un futuro. El ser humano pierde el gusto, puesto que un tálamo de agua salada y amarga lo cubre con su manto para siempre. El ser humano ya no puede ser tocado, ninguna mano ha apostado por ello y, resultado de su suerte, reposa en la tranquilidad del fondo marino. 

Si la misma leyenda fuese una leyenda europea seríamos entes incompletos, puesto que no hemos actuado para hacernos sentir cuando otros lo necesitaban. Por no obrar seríamos meros cuerpos sin nada más. La sensación de sentir una estructura ósea sería la única certeza ante la vacuidad de la integridad moral i las virtudes. Pero como no es nuestra leyenda, ¿qué nos importa? ¿Qué nos importa dejar morir? ¿Qué nos importa negar la vida a quien escapa del horror y la barbarie? 

Cada día amanecemos sabiéndolo, siendo conscientes de ello. Mientras nos preguntamos si hemos perdido la razón de nuestra existencia ignorando que jamás nos ha acompañado. Des del instante en que miramos hacia otro lado.

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