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La Rambla volverá a latir
Una furgoneta arrolla a varias personas en la Rambla de Barcelona / CHIQUI
Aitor Saez
En 2008, mientras trabajaba en el Desigual de la Rambla, a pocos metros del atentado de ayer, salí a fumar a la puerta durante mi descanso. Un colega de trabajo italiano recién mudado a la ciudad me acompañó. "¿Por qué te gusta Barcelona?", le pregunté. "Porque siempre pasa algo", respondió. Gente de todo tipo, turistas y barceloneses, paseaban calle abajo y arriba, llevados por la brisa del Mediterráneo que subía hasta la plaza central de la ciudad, pisando lo que hace cinco siglos era un riachuelo. A mí me parecía un día normal.
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Con el tiempo y sobre todo con la distancia, empecé a recordar esa calle. Esos quioscos donde compré mis primeras flores, los adoquines por donde huía de los antidisturbios en las manifestaciones, las farolas que nos vieron celebrar los finales de exámenes con una lata de cerveza en mano o los títulos del Barça. Donde descubrí la diversidad como el principal valor de Barcelona, el principal motivo de orgullo de mi ciudad, una vez en el exterior. Una tierra abierta al mundo, de acogida, cosmpolita. Una tierra de todos y todas. Una capital del mundo.
Durante estos cinco años de distancia de mi ciudad me ha invadido la nostalgia cada 23 de abril en Sant Jordi (la fiesta de las rosas y los libros), cada 11 de septiembre en la Diada (fiesta nacional de Catalunya). La misma nostalgia que sentí ayer. Volveré al centro de Barcelona y me detendré en la Rambla, el lugar desde donde se ve el mar y la montaña. Donde uno se da cuenta de lo pequeña que es la ciudad. El lugar donde uno siente que la ciudad le abraza. La brisa del Mediterráneo volverá a bañar el paseo de los transeúntes. Las grandes hojas de los plaplátano que cubren la calle serán lo único que tiñan las baldosas en forma de ola. Serán el único crujido que se escuche al pisarlas en otoño y el único color al florecer en primavera.
Como decía mi colega italiano, ayer volvió a pasar algo en esa calle, como siempre. Solo que esta vez pasó lo peor. Solo los pasos y los nuevos recuerdos borrarán las imborrables manchas de ayer. Así, hasta latir de nuevo. Y la Rambla volverán a ser lo que son y serán desde el siglo XV: el corazón de Barcelona.
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