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Premeditada desobediencia del Parlament al TC

Hemiciclo del Parlament de Catalunya.

Hemiciclo del Parlament de Catalunya. / FERRAN SENDRA

Jesús Pichel

El Parlament de Catalunya ha desobedecido consciente y premeditadamente al Tribunal Constitucional haciendo ver que ya es soberano y que toma sus propias decisiones sin contar con nadie más.

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Eso es la soberanía: la autoridad que no reconoce ninguna autoridad por encima de ella misma, es decir, la que tiene la última palabra. Y así, exactamente, es como se están viviendo los 72 diputados de Junts pel Sí y de la CUP a través de su mayoría absoluta.

Al tomar esa decisión, sin duda saben que el Gobierno de España, como poder ejecutivo legítimo del Estado, tiene la obligación de cumplir y hacer cumplir la ley y, en consecuencia, no puede sino impedir (o intentar impedir) legal y legítimamente que Cataluña, o cualquier otro territorio del Estado, se declare unilateralmente independiente y soberana.

Y saben que el Estado se define como la institución que tiene el monopolio del uso legítimo de la fuerza (la fuerza de la ley y la fuerza física) y de la excepción (de suspender o de limitar derechos constitucionales).

Quiero pensar que ni el Gobierno ni el Parlament de Catalunya ni los ciudadanos de España, ni los partidos, las asociaciones y los ciudadanos soberanistas catalanes quieran llegar al último recurso de la fuerza física, pero ni las provocaciones y los desplantes de unos, ni el inmovilismo y el negacionismo de otros, ayudan a resolver un conflicto que por ahora es político pero que puede degenerar en algo infinitamente más grave.

Bastarían dos personas en Madrid y Barcelona que estuvieran dispuestas a llegar hasta las últimas consecuencias y arrastraran a cuantas otras les quisieran seguir. Que no queramos ni pensarlo no significa que no pueda ocurrir.

Cada día que pasa es un poco más urgente resolver los dos grandes problemas políticos que tenemos: la investidura para formar gobierno y resolver civilizadamente el conflicto soberanista.

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