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Padres e hijos: Querer que nos quieran aunque no nos quieran

Padres y niños, a la entrada de un colegio de Madrid.

Padres y niños, a la entrada de un colegio de Madrid. / J. J. Guillén (EFE)

Hace años tuve una magnífica y sincera amistad con una mujer a la que yo admiraba por su entrega absoluta a la familia. Tenía una hija única de 40 años a la que se le había dado todas las complacencias y condescendencias inimaginables; estaba separada y vivía con los padres y con dos hijas pequeñas, pero a pesar de que sus padres las mantenían y eran sus vasallos, ella los trataba con desdén y soberbia, chantajeándolos con que ellos tenían la obligación, porque ella no había pedido venir a este mundo.

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La mujer se confesó conmigo y le aconsejé que tenía que cortar por lo sano y que no debía permitir que, en su propia casa, su hija la tratara con tanta crueldad. Unos meses antes de morir, me la encontré, y con lágrimas en los ojos me dijo: “Cuánta razón tenías, no he recibido de mi hija el más mínimo conato de agradecimiento ni ayuda, en las circunstancias en que me encuentro. ¿Qué he hecho mal?”

 Los padres tenemos que ayudar y apoyar a nuestros hijos, pero jamás permitir ni de ellos ni de ningún otro familiar, la falta de educación, de respeto, de agradecimiento… al menos mientras vivan bajo nuestro techo. ¡Cuántas familias hay en situaciones similares por falta de decisión!

A veces, por miedo a romper, soportamos una relación degradante, pensando que más vale así que no tenerlos, y eso es un gran error. No es una desgracia que no nos quieran; la desgracia es querer que nos quieran cuando no nos quieren querer.

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