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Otra manera de hacer política para un nuevo escenario

Cabecera de la página de resultados de las elecciones generales 2016.

Cabecera de la página de resultados de las elecciones generales 2016.

Mario Martín

En las elecciones del 2004 votaron 24,5 millones de ciudadanos, cifra muy similar a la que lo hizo el 20D. En aquellas elecciones, el PSOE ganó los comicios con 11.026.163 votos, frente a los 9.635.491 obtenidos por el PP, y ello se tradujo en 164 escaños para los socialistas y 146 para los populares.

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 El 20D, Mariano Rajoy ganó las elecciones con 7.215.752, obteniendo casi 2,5 millones de apoyos menos que cuando perdió ante Rodríguez Zapatero. Es curioso observar que la suma de los votos de PSOE+Podemos en 2015 (10.720.722) fue muy cercana a la que supuso la victoria socialista en el 2004, todo ello dejando al margen el apoyo recibido por IU, homogéneo en ambas contiendas, es decir, el voto de izquierdas el 20D fue muy similar al que supuso la última victoria socialistas en el 2004, sin conseguir plasmarse en una mayoría de escaños.

El reto de las nuevas formaciones era condicionar las políticas de los viejos partidos o la entonación de una unión regeneracionista entre ellas, pero finalmente su rol parece limitado a ser una adición a las formaciones tradicionales. Con la curiosa peculiaridad de que, más allá de cómo sean ciertos dirigentes, los más de cinco millones de votantes de Podemos se ven calificados, por parte de los dirigentes de las otras fuerzas políticas, como radicales. Habría que recordar que, por ejemplo, el mejor resultado obtenido por la IU de Julio Anguita fue de dos millones de votos, es decir, casi tres millones de votos que han ido a parar a la formación morada han salido de otras opciones como la que representa el PSOE, pero no solo de ellos; buscando otras posibilidades, sin que estas tengan que suponer la ruptura de nada.

Solo el efecto del troceo de los votos de la izquierda es lo que da oxígeno a Mariano Rajoy para seguir defendiendo su candidatura a la presidencia del Gobierno, a pesar de contar con el menor apoyo popular que un ganador de las elecciones haya recibido nunca en la historia democrática de España desde la transición. Tanto Felipe González en 1982, 1986, 1989 y 1993, como Aznar en 1996 y 2000 y Rodríguez Zapatero en el 2004 y el 2008, recibieron una cifra de votos superior a la que ahora pretende capitalizar Rajoy, con la única salvedad de Adolfo Suárez, en 1979, cuando el total de votantes fue un tercio inferior al actual.

Cabría preguntarse qué sucedería si aparecieran otras formaciones capaces de trocear más el voto, tanto dentro de la izquierda, como dentro de la derecha, y que el posible ganador de unas elecciones con varios partidos en el entorno de los dos millones de votos, exigiera, por el mero hecho de ser la minoría más votada, que los demás le facilitasen una ‘alfombra roja’ sobre la que ejercer la acción de gobernar, sin más.

Si este es el escenario al que nos llevan las nuevas formaciones y la nueva política, es necesaria una profunda reflexión, tanto de los propios partidos, nuevos y viejos, como por parte de la ciudadanía.

¿Cómo es posible que Rajoy vuelva a gobernar con un apoyo ciudadano inferior, en dos millones de votos, a los resultados de su derrota en 2004 frente a Rodríguez Zapatero, tras todo lo que ha sucedido en la legislatura 2011/2015? Sin duda el troceo de votos y no entender situaciones como la que se presentó hace pocos meses en el Parlamento, desaprovechando oportunidades, tienen mucho que ver con ello.

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