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La medicina de Neymar

Neymar, en la rueda de prensa del Paris Sant-Germain.

Neymar, en la rueda de prensa del Paris Sant-Germain. / REUTERS / CHRISTIAN HARTMANN

Claro que duele. Y que deja un regusto amargo. Como a todos los equipos ya vacunados contra ello, la ruptura del amor eterno cuando surge una oferta mejor. Es humano, es lícito, es natural. Todos, salvo excepciones, nos movemos por dinero. Y puede que Neymar también. El Valencia (Villa, Alcácer, Jordi Alba, André Gomes, Robert...), el Sevilla (Alves, Adriano, Keita, Rakitic, Vidal...) y muchos otros equipos han acabado aceptándolo con naturalidad. El pez grande se come al chico. Y el Barça, aunque le duela admitirlo, ya no es el más poderoso. Y le han dado a probar una cucharada de su propia medicina.

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Y Neymar, más allá de los eufemismos espurios para justificar su marcha, de sus compromisos deportivos o de sus deseos de preferir el  Sena al Besós, la Torre Eiffel a la Sagrada Família o el 'foiegras' al pan con tomate, es dueño de su vida y de su futuro, no el señor Bartomeu ni los cien mil socios del Barça, aunque eso le suponga ahora ser el enemigo público del rebaño barcelonista y convertirse en el icono de la barbarie verbal de los ultrajados seguidores. Y siendo los campos de fútbol los coliseos actualizados del imperio romano sería un exceso de ingenuidad esperar un aplauso para su regreso al Camp Nou.

Pero quizá lo que subyace es la falta de costumbre del FC Barcelona a sentir la desafección y el desaire de un jugador que entiende que estar en el equipo azulgrana no es la mejor opción. Puede que la mayoría considere que pertenecer al Barcelona es la cúspide en la carrera de un futbolista profesional. Y puede que hasta así sea. Un club modélico en muchos sentidos -no tanto en otros-, una plantilla extraordinaria, la integración en el tridente más dominante del mundo, un contrato excepcional, la garantía de alcanzar todos los títulos y una ciudad fascinante. Y, además, para ser el número uno no se puede ser vecino de Messi.

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