En lugar de euroescépticos, seamos eurocríticos

"Comienzo a sentir vergüenza de ser europeo". Últimamente se oye mucho esta frase. Recesión, inestabilidad política y decisiones torpes para gestionar la crisis de los refugiados. Se ha resentido el orgullo europeo. Ya no digamos en qué punto está el orgullo español... Pero resulta curiosa esa identificación arbitraria en función del acontecer político. Llevo años aborreciendo, también, las decisiones del ejecutivo de la Generalitat, y en ningún momento me he sentido menos catalán. Faltaría más.

¿Estamos, como decía Varoufakis, ante una "renacionalización" de nuestras expectativas? La ascensión de populismos chovinistas a lo largo y ancho de la UE parece indicar que sí. Llegados a este punto, ¿está sentenciado el proceso de integración europea?

Fue reconstituyente leer el manifiesto "Para una nueva Europa". Sin esperar a que las aguas se calmen, diversas personalidades del continente proponen una hoja de ruta para asegurar el futuro de la unión. Vaya dónde vayan las expectativas de nuestros compatriotas, el proyecto europeo sigue vivo mientras creamos en él.

A finales del siglo pasado, la meta del federalismo europeo nos avivó un sano sentimiento. Una especie de patriotismo construido sobre la ciudadanía común. La Europa de las naciones caminaba hacia un futuro donde estas tendían a difuminarse. Individuos de distintas procedencias, razas, comunidades lingüísticas e ideologías diversas podían sentirse parte de esta gran colectividad civil. Habrá quiénes digan que es un proyecto lacio. Habrá quién tenga claro cuál es su nación, lengua, religión, ideología o raíces. Pero Europa puede ser una oportunidad para aquellos que tengan dónde elegir. Unidos por un mismo ordenamiento de libertad e igualdad. ¿Todavía le falta pasión? No perdamos el norte.