Desde que era pequeño siempre he tenido la impresión de que muchos, muchos catalanes, tenían una verdadera obsesión con (o contra) Madrid. Cuando, francamente, no había ninguna animadversión contra Barcelona (yo, al menos, nunca la vi), chocaba oir que los culés preferían que el Madrid perdiera a que el Barça ganara (resultado de una encuesta real), en pocas palabras, que estoy dispuesto a que a los dos nos corten la mano con tal de que tú la pierdas. Esas conversaciones continuas con mi familia catalana, monotemáticas, con los mismos mantras todo el tiempo, esa falta de "reconocimiento" de la singularidad, "y vosotros...", "y 'Madrit'...", hartaba. Cuando empiezas además a oír que tú "robas a Cataluña", bueno, sencillamente te comienzas a sentir insultado, y sin haber movido un dedo. Viendo además que un valenciano o balear tiene, respecto a mí, las mismas "singularidades", y que no está todo el día "dando" con el tema. Les digo la impresión que tenemos muchos, aparte esa sensación de ofensa por los insultos, y de indignación por la exigencia de un trato VIP: imagínense un plato lleno de frutas: manzanas de todos los tipos (castellanos), alguna pera (¿Galicia?), fresas (vasquetes míos), una banana (Cataluña), un plátano (Valencia), y que no paramos de oír los gemidos de la banana, pidiendo que el resto de frutas reconozcan que es diferente (vaya si las demás fueran iguales entre sí, por no hablar del plátano, que tendría que exigir el mismo 'reconocimiento de bananidad'). Y las manzanas, que ven que una manzana es tan diferente de la banana como la banana del plátano, ya lo saben, lo saben los dos, lo sabe todo el mundo (el primero, el plátano, que corre el riesgo de ser considerado banana, animadversión entre los dos al canto), pero no exige un documento ni se envuelve en una bandera, llorando, por la falta de cariño. Piénsese además que las manzanas de Madrid, que pagan mucho más que las bananas para mantener el plato de fruta, perdieron sus fueros como lo hizo Cataluña, con el resto de Castilla en la época de los comuneros, y que encima no para de oír a la otra quejarse y llamarla ladrona. Pues hombre, simpatía, lo que se dice simpatía, eso no provoca. Vale.