Libertad no es sinónimo de "todo vale"

Libertad, que palabra tan maravillosa. A todos se nos llena la boca al pronunciarla. Qué bien suena. Qué sensación tan gratificante nos produce cuando nos sentimos amparados por ella. Pero lo que conlleva la palabra libertad, ¿lo interpretamos bien? ¿Estamos seguros de lo que significa exactamente?

Libertad no significa decir lo que nos venga en gana sin mirar las posibles consecuencias de nuestras palabras. Libertad no es aparcar el coche donde nos apetece sin tener en cuenta si molesta o no. Libertad no es imponer mi criterio y mi ideología sin escuchar ni atender a los demás y decir que lo único bueno es lo mío. Libertad no es colarse en el metro ni hacer el acto sexual en sus andenes. Y, así, estaríamos escribiendo y escribiendo ejemplos. Nos amparamos en que es "mi libertad de hacer o decir lo que me venga en gana".

Según la R.A.E., en su primera acepción (la palabra libertad tiene 12): "Libertad es la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera u otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos".

En Wikipedia encontramos la siguiente definición: "La libertad (del  latín: libertas, -atis) es la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad de la persona pero en sujeción a un orden o regulación más elevados".

Si unimos las dos definiciones, observamos que el hombre "es responsable de sus actos" "en sujeción a un orden o regulación más elevados". Resumiendo: que no vale todo. Que no podemos actuar amparándonos en la libertad de decir o hacer lo que queramos y luego defendernos diciendo que desconocíamos si nuestra actuación era o no correcta. Luego, los tribunales nos imputarán una falta o un delito y, claro está, irán en contra de nuestra libertad de expresión, de actuación o, peor aún, contra nuestra libertad de pensamiento.

Antes de actuar dañando u ofendiendo, nos lo tenemos que pensar; no me sirve aquel que pide perdón después de haber usado mal lo que nos permite esa maravillosa palabra que es libertad.