La impaciencia y precipitación del soberanismo

Un referéndum es tal cuando es aceptado por la gran mayoría de la población. Solo así se debería considerar legítimo y vinculante. Esto es lo que nos dice la ética política y el pragmatismo.

Si una consulta es rechazada (por la razón que sea, y la posible ilegalidad no es una razón menor) por una parte significativa de la población, no podemos hablar de referéndum. Los datos que nos aporte este 'referéndum' serán incompletos, lo que restará legitimitad a la consulta y por tanto, validez. Veremos una parte de la realidad, pero no toda.

Es el caso del 'referéndum' del 1-O. Vista la encuesta del CEO del 2017 (segunda ola) y vistos los resultados del RUI, es evidente que este ha sido rechazado por una parte importante de la población, lo que le quita legitimidad y debería hacerlo no vinculante para los dirigentes del país.

De hecho, vistos los resultados de las elecciones 'plebiscitarias' del 27-S del 2015, en las que los independentistas igualaban en votos prácticamente al resto, y vistos los resultados de la encuesta del CEO, lo más adecuado y prudente habría sido esperar y no convocar el RUI. Mientras, se intentaba ensanchar la base independentista y se hacía pedagogía para mostrar la necesidad de un referéndum pactado o un eventual RUI (teniendo ya una mayoría clara a favor) ante el eventual desacuerdo con el Estado a medio plazo.

No ha sido así. El Govern ha optado por realizar el 'referéndum', sabiendo de antemano que gran parte de la población lo rechazaba. Un hecho político claramente arriesgado, poco pragmático y hasta diría desleal con buena parte de la población.

Se ha pecado de impaciencia y precipitación.

Es tarde para aparcar el RUI. Pero el independentismo está a tiempo de esperar para hacer un referéndum válido y vinculante.