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Historia de una herencia

Espacio en el cementerio de Montjuïc dedicado a la inhumación de urnas biodegradables. 

Espacio en el cementerio de Montjuïc dedicado a la inhumación de urnas biodegradables.  / RICARD CUGAT

Después de un fallecimento, ya triste por naturaleza, los herederos empiezan el trámite para cobrar la herencia. Condición imprescindible es comunicar el fallecimiento al banco para que emita los correspondientes certificados de saldos necesarios para el pago de impuestos, sin pasar por hacienda no hay nada que hacer, bancos y Hacienda caminan juntos.

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El banco aprovecha para bloquear las cuentas a nombre de la persona fallecida y solicita a los herederos la documentación necesaria para "liberar la herencia". Se entrega toda la documentación solicitada en las oficinas de la entidad correspondiente,  rápida y diligentemente (ya que lo que interesa es cobrar) y es enviada a testamentaria -servicios jurídicos del banco- y ahí empieza el periplo de cómo funciona este servicio, al que la oficina tiene un acceso muy limitado y los herederos, por supuesto, ninguno. 

Desde testamentaria solicitan información que ya poseen, juegan repetidamente con el plazo de resolución y piden paciencia, todo está correcto. La entidad bancaria correspondiente se ha proclamado dueño de los ahorros de una persona fallecida en perjuicio de los herederos. Y como pensamos que no debemos ser un caso excepcional, la cantidad de dinero del que pueden disponer debe ser muy considerable.

Esta historia se alarga durante cuatro meses y una semana. Y por fin, por fin, realizan el reparto. Pero, ohh, sorpresa. El reparto es erróneo y hemos de volver a empezar. No parece que hayan leído el testamento, ni la aceptación de herencia. Será que no han tenido tiempo o tal vez no disponen de personal con formación jurídica adecuada para realizar este trabajo. 

La reclamación está hecha de nuevo en las oficinas de la entidad bancaria correspondiente y en el servicio de atención al cliente de la misma. Y ahora, a esperar que sirva para algo y a llegar al final de esta triste historia, en la que ha prevalecido la incompetencia de unos servicios jurídicos a la voluntad de un fallecido.

¿En manos de quién están los ahorros de nuestros padres y abuelos? ¿Y los nuestros? Lo mejor, volver a lo de antes, para que nuestros herederos no se vean envueltos en estos tejemanejes. Y que conste que no estoy llamando a evadir impuestos, que de los impuestos vivimos todos y de esto se beneficían exclusivamente unos cuantos.

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