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Fuera de la convivencia solo cabe la ley del más fuerte

La manifestación independentista, en el cruce de Aragó con Bailén, esta Diada.

La manifestación independentista, en el cruce de Aragó con Bailén, esta Diada. / DANNY CAMINAL

Soy uno más de los millones de ciudadanos catalanes que llevamos viviendo con preocupación y tristeza los acontecimientos políticos que se producen en Catalunya desde hace ya muchos años. Llevo tiempo deseando pronunciarme, sin encontrar el tono y el estado de ánimo adecuado para no entrar en la batalla de emociones y razones que nutre esta contienda. Los ánimos están caldeados, las razones parece que poco o nada valen ya, dado que este conflicto no atiende a razones. Por este motivo, sin alejarme de la prudencia y la razón, intentaré apelar a las emociones básicas que rigen la convivencia entre seres humanos civilizados: la buena voluntad, la empatía, el respeto, la cortesía. Estas virtudes que permiten que convivamos sin insultarnos, ni agredirnos y matarnos los unos a los otros. Fuera de la convivencia, solo cabe la ley del más fuerte. La ley de la jungla.  

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Y es que hace mucho tiempo ya  que esto no va de derechos, ni de democracia (que también), sino de convivencia. Hace años que en Catalunya se evita sacar cuestiones políticas en familia, en grupos de amigos, en lugares públicos, por temor a romper los lazos de amistad, familiares o de vecindad que nos unen. La política ha crispado las relaciones personales. Los acontecimientos de las últimas semanas no han hecho sino agravar la situación. Las posiciones se han vuelto irreductibles, la presión ha aumentado, las diferencias de criterio se han convertido en insinuaciones o acusaciones encubiertas de fascismo, franquismo o simple falta de pertenencia a la comunidad. O estás con nosotros o con ellos. O catalán o 'facha' extranjero. Así ha quedado el tema. Personalmente, he tenido que abandonar varios grupos de Whatsapp, porque se ha traspasado la barrera civilizada del respeto mutuo. Tampoco deseo reunirme con según qué familiares o amigos, para no contaminar ni romper nuestro cariño con discusiones estériles.

Catalunya, como cualquier otra comunidad, es muy plural. Aunque marcada por la diversidad de orígenes, lenguas y opiniones políticas, la convivencia ha sido posible como un pacto de civismo, de respeto mutuo, más allá de las diferencias. No entro en las responsabilidades, porque en este momento, creo mejor mirar al futuro que al pasado. Considero que la máxima prioridad de cualquier político responsable debería ser preservar la convivencia cívica, por encima de cualquier otro interés. Y en estos años, se ha espoleado la diferencia, el conflicto por razón de lengua, origen e ideología, entre personas que hemos vivido pacíficamente juntos, en un entorno de gran prosperidad económica y social. Y se ha trasladado esa divergencia a la ciudadanía.

La fractura está aquí, dentro mismo de Catalunya. No podemos hacer como el avestruz y esconder la cabeza. La gran responsabilidad es hacer posible de nuevo la convivencia. Esto, no solo es responsabilidad de los políticos, sino de todos los ciudadanos. Cuando dejamos de mirar a los ojos de nuestros familiares, amigos y vecinos, y los consideramos como adversarios o enemigos, por razones políticas, estamos echando por tierra el gran patrimonio de la civilización y la democracia modernas, hacer posible el marco de convivencia y solventar las diferencias políticas por cauces pacíficos. No somos tan diferentes unos de otros, al fin y al cabo, independientemente de nuestro origen, lengua materna o pensamiento político, somos todos ciudadanos, seres humanos que quieren vivir en paz y libertad. Apelo a todos y cada uno de nosotros a hacer este esfuerzo de concordia y respeto mutuo.

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