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El fuego nos quema, la política también

Puigdemont, en el estrado del Parlament, el martes de la semana pasada.

Puigdemont, en el estrado del Parlament, el martes de la semana pasada. / JULIO CARBÓ

A lo largo de la historia los nacionalismos -en su mayoría- se han mostrado sectarios, totalitaristas y excluyentes. Cuando un nacionalismo, digamos, moderado, como lo ha sido el catalán hasta hace unos pocos años, emprende el camino de la radicalización, se instala en el mismo extremo que el nacionalismo españolista más añejo. Es decir, ambos polos acaban encontrándose, rozándose e incluso alimentándose mutuamente. A partir de ahí surgen los grupos más radicales y extremistas de cada bando, que de forma orquestada se les pone en escena con la firme intención de incendiar la paz y la convivencia. Como se suele decir: "cuanto peor, mejor".

Entretanto, la ciudadanía queda a merced de los movimientos y manipulaciones de esos políticos -y asociaciones afines- que se mueven como pez en el agua en el conflicto permanente y al borde del abismo, sin importarles lo más mínimo las consecuencias de sus actos por muy graves que estas sean -económicas, sociales...-.

Mientras arde el norte de España y nuestra vecina Portugal -trágicamente, de nuevo-, aquí, en Catalunya, en el nordeste de la península, las llamas nos 'queman' y el humo nos asfixia.

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