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Falta humanidad y solidaridad

 Un grupo de niños asiste a clases en un campamento de Unicef en la República de Vanuatu.

 Un grupo de niños asiste a clases en un campamento de Unicef en la República de Vanuatu. / EFE

Vivimos en una sociedad en la que más de 1.500 millones de personas están afiliadas a alguna red social como Facebook, mientras que apenas unas 5 millones lo están a alguna oenegé como Médicos sin Fronteras. Parece que nos preocupa más el estar al día con los móviles de última gama, que el de colaborar para que personas en extrema pobreza estén al día con los elementos de primera necesidad.

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Cuando aparecen en televisión noticias sobre las condiciones tan drásticas en la que viven millones de personas, parece que nos basta con cambiar de canal para olvidarnos del tema. O quizás ni siquiera haga falta; pues acto seguido aparece el hombre del tiempo con una sonrisa diciéndonos que vamos a tener un día soleado, y eso sí que nos alegra. Deberíamos de pensar, que vivamos donde vivamos, todos somos del mismo planeta, y actuar con la conciencia de que todos somos hermanos. Todos estamos hechos del mismo material. Lo que importa no es el color de la piel, sino el color de la sangre, que es lo que nos da la vida.

Deberíamos colaborar con estas oenegés que hacen todo lo posible para ayudar a personas que no tienen ni alimentos, ni cobijo, ni medicamentimos. Para ayudar a niños que son más felices con un muñeco de segunda mano, que nosotros con un móvil nuevo. No se trata de que sea mucho lo que donemos, sino de que seamos muchos los que donemos. Y eso sin tener en cuenta el valor material de lo que damos. Sino valorando más bien la velocidad en la que late nuestro corazón y las lágrimas que cubren de gozo nuestro rostro cuando lo hacemos. Sin duda que tendríamos una recompensa mucho mayor; pues al contemplar como sube el nivel de vida de estas personas gracias a nuestra ayuda, contemplaremos igualmente como sube el nivel de nuestra felicidad.

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