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El drama de los refugiados, la vergüenza de las generaciones futuras

Desplazados sirios del campo de Khirbat al-Jawz, en Idlib, Siria.

Desplazados sirios del campo de Khirbat al-Jawz, en Idlib, Siria. / EFE / YAHYA NEMAH

Tengo mucho frío. No en el cuerpo, sino en eso que llamamos alma, o sentimiento o espíritu y que no podemos tocar pero sí sentir. Miles de mujeres, niñas, niños, adolescentes, hombres, tienen además, ateridos sus cuerpos por el frío del invierno, del hambre, de la deshidratación. Frío en el cuerpo y en el alma: una muerte anunciada.

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¿Qué nos pasa que no reaccionamos? ¿Qué clase de sociedad somos? ¿Adormecida? ¿Temerosa? ¿Egoísta? ¿Sin criterio? Pues de todo un poco o un mucho. No quiero reconocer ni reconocerme en este tipo de sociedad.  Sé y conozco a muchas personas que están trabajando como pueden, saben y les dejan, por salvar la vida de las personas que llaman a nuestras puertas en busca de refugio, huyendo de la muerte segura, por guerra, hambre, persecución y violación de sus derechos. Pero son, somos aún muy pocas. Y por eso los gobiernos no reaccionan.

Si no soy capaz de hacer más, de exigir, de denunciar, de combatir las mentiras interesadas contra las personas obligadas a emigrar y a buscar refugio, el frío no me abandonará jamás ni tampoco la vergüenza de las generaciones futuras, por lo que pudimos hacer y no hicimos.

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