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EEUU: deuda creciente, poder menguante

Donald Trump jura como presidente numero 45 de la historia de EEUU, junto a su esposa, Melania, y su hijo Barron. 

Donald Trump jura como presidente numero 45 de la historia de EEUU, junto a su esposa, Melania, y su hijo Barron.  / EFE / JUSTIN LANE

El sistema de gobierno norteamericano es presidencialista. El  jefe de Gobierno es elegido mediante los compromisarios que, a través de las urnas, ha elegido previamente el pueblo. No obstante, los amplios poderes de que dispone para gobernar, el poder del Congreso y el Senado representan un efectivo contrapeso a través de las distintas comisiones en todas la áreas importantes.

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El Congreso es elegido a título personal (no en listas únicas) y los congresistas deben responder a los intereses locales de sus votantes, que los castigarán o aprobarán. El Senado (Camara alta) es también elegido directamente, y representa a los diversos intereses de los estados federados con sus propias leyes y sus personalidades diferenciadas.

El sistema de la democracia estadounidense fue diseñado por sus fundadores con la intención de que sea casi imposible que se instaure una dictadura. En la historia de este país, casi siempre cuando el ejecutivo era de un partido ,el Parlamento era dominado por el otro. La alternancia en el poder, que es lo más sano en una democracia, ha sido algo frecuente, amén de la limitación de mandatos que es a solo dos.

Los dos mandatos de Obama (el primer presidente negro) no ha gozado de ese equilibrio, y el dominio del Capitolio en sus dos ramas ha impedido una política más justa socialmente y más garante del 'fair play' (juego limpio) en el ámbito de la economía, que ha tenido y continúa teniendo un peso sesgado del lado de la oferta, que ha impuesto sus dictados a los gobiernos, aunque sea de forma indirecta.

Ahora, los republicanos continúan dominando el Capitolio, y Trump, del mismo partido, está al timón de la Casa Blanca, por lo que tendrá las manos libres para llevar a cabo las políticas que él y el partido (del cual no es un genuino representante) decidan. La tímida esperanza en que una parte del partido no se siente identificado con lo propuesto por Trump, y son conscientes de que la supervivencia y la supremacía del país, pasa en estos momentos más por el poder blando que el duro de la confrontación.

Si Obama no pudo llevar a cabo sus promesas más inteligentes por sus resultados a largo plazo, la esperanza es que Trump tampoco pueda cabalmente cumplir lo peor de las suyas. La grandeza que hasta hace poco ostentaba EEUU, de forma hegemónica y/o mayoritaria, no podrá ser recuperada a base de voluntariosidad, y puede que el resultado sea todo lo contrario.

Las batallas de hoy se libran con los resultados favorables o no en los superávits o déficits fiscales y, sobre todo, en las balanzas comerciales y de capitales. Las batallas perdidas en esta arena se traducen en la corrosiva deuda soberana. Japón y China (esta ahora es segunda, pero es la más peligrosa) atesoran una cuantiosa deuda emitida por el Tesoro de EEUU. La deuda creciente es sinónimo de un poder menguante, sobre todo a medio y largo plazo, cuando los intereses de los acreedores no estén alineados con sus deudores.

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