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Díselo por WhatsApp y con un emoticono

Ionut Tutuman

Hay cosas inexplicables en la vida, incompatibles e imposibles, como tener los ojos abiertos y estornudar a la vez. O creer que el gimnasio abrirá la puerta del paraíso femenino, incluso careciendo de un rostro agraciado. Y luego está la de quedar con alguien para hablar, y no precisamente con ese alguien. Puede ser que antes de la aparición de los móviles lo más sensato era pensar que aparentar indiferencia por una persona era igual a no tenerle estima. Pero quizá eso haya cambiado. Ahora ya no es tan raro creer que alguien pueda tenerte mucho aprecio pero no sea capaz de dirigirte dos frases seguidas sin atender a sus otros amigos de la lista de contactos. Pasa de ti, pero te quiere.

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Y a veces ocurre que nosotros mismos queremos desprendernos de una persona. De la pareja, por ejemplo. Y no sabemos cómo hacerlo. Porque es duro, para uno mismo y también para el otro. Hay quien opta por coger el toro por los cuernos y se enfrenta a la situación cara a cara. No obstante, dado que los avances tecnológicos nos han facilitado muchas cosas, también nos pone en bandeja la posibilidad de romper con quien creías que era tu media naranja.

Y otra vez se recurre al WhatsApp, cómo no. Me atrevería a decir que a todos los que se han decantado por esta opción una voz interior les ha ha dicho alguna vez que esa no era la manera correcta, que era mejor decírselo a la cara. En ‘Bartleby, el escribiente’, de Herman Meville, el jefe propone a su empleado examinar con él una serie de documentos, a lo que él le contesta: “Preferiría no hacerlo”. Y esa es la respuesta que ofrecemos a esa voz interior. Así que abrimos WhatsApp, y hasta nunca. Eso sí, que no falte el emoticono apenado.

Lo cierto es que cada vez nos comunicamos más. Aunque nos escudemos detrás de la pantalla del móvil, enviamos miles de mensajes al día. Actualizamos con frecuencia nuestro estado. Comunicamos mucho, a muchísimas personas. Pero decimos más bien poco a aquellos a los que realmente les importan nuestras palabras. Hugo von Hofmannsthal puso en boca de Chandos en ‘La carta de Lord Chandos’ que había “perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa”. Y continuaba diciendo que “las palabras son remolinos a los que me da miedo asomarme”. Las palabras (orales) nos asustan continuamente. La cobardía se ha apoderado de nosotros hasta el punto de dejar en manos de un frío mensaje el final de una relación. Tienes un nuevo mensaje: "Sí, quiero".

No quiero ni imaginarme qué es lo que sucederá en un futuro lejano, o quizá no tan lejano. Aunque sería gracioso presenciar algo así como: “La Iglesia ha creado este grupo. Albert ha sido añadido. María ha sido añadida”.

Párroco: “Queridos novios, habéis venido a la casa de Dios para que el Señor consagre vuestro amor, en presencia del ministro de la Iglesia y ante la comunidad cristiana. [...] A fin de que la sinceridad de vuestro propósito quede de manifiesto delante de toda la Iglesia, os interrogaré en su nombre. [...] Albert, ¿quiere recibir por esposa a María, y promete serle fiel, tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándola y respetándola durante toda la vida?” Albert: “Sí, quiero”. María: “Sí, quiero”.

Albert ha dejado el grupo. María ha dejado el grupo. Y fueron felices, hasta que María lo dejó... vía WhatsApp. 

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