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Desprecio al catalán y los catalanes

El portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros. 

El portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros.  / DAVID CASTRO

Hace poco, el ministro políglota de Educación, Cultura y Deporte justificaba haber pronunciado como 'Generalidad' la Generalitat, y así con otras palabras y denominaciones en análoga tesitura. Su razonamiento quería guardar el máximo respeto por el idioma catalán y no lacerarlo con su desconocimiento y su dicción castellana. También produce estupor enterarse de que dos locutoras murcianas tuvieron que pedir disculpas a sus respectivas audiencias por haber intercalado dos palabras valencianas de salutación en sus programas. Esto son solo botones de muestra en el seno de un mar de estulticia y de ingratitud, fuente clara del secesionismo.

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En España, salvo excepciones muy dignas, se ve a Catalunya y a los catalanes como un anacronismo cultural penoso dentro del Estado español. En este sentido (y solo en él), es patente que estorbamos. La gente que piensa así debería consultar más a menudo el Diccionario de la Real Academia Española. Para el DRAE, el idioma es uno de los factores que determinan el concepto de nación, haya conseguido o no ese país su Estado propio.

La primera fase de la política territorial expansiva de Hitler se basó en el alegato de que todo territorio de habla alemana era considerado Alemania (el ejemplo paradigmático, Austria). Hizo añicos el Tratado de Versalles (1919), que había puesto fin a la primera guerra mundial, ante la perplejidad y estupefacción del resto de Europa. En España, el general Franco (que siguió sobre todo la estela de Felipe V tras la guerra de Sucesión y la posterior del general Primo de Rivera) adujo que en la "España una" el catalán debía ser borrado sin contemplaciones y ser reducido al espacio íntimo de los hogares catalanes, con todo su desprecio, prepotencia y arrogancia. Las medidas tomadas desde el primer momento fueron demoledoras y despiadadas: prohibición de la lengua en todos los niveles educativos, la Iiglesia, la judicatura, el notariado, los registros de la propiedad, el Ejército, el deporte, la prensa, la literatura... Es decir, en cualquier administración pública o privada. Un jerifalte aseguró al Caudillo que en tres generaciones a lo sumo, el catalán, si no desaparecido prácticamente, acabaría trocado en lo que los franceses denominan un 'patois' inocuo y sin peligro alguno.

En la España castiza, rancia, fósil y casposa todavía se sigue inculcando a los educandos que viven en un país uniforme, cuando en realidad se trata de un conglomerado o amalgama fuente de grandes tensiones territoriales de larga historia, como lo era aquella Yugoslavia fundida y unida por la mano de hierro del mariscal Tito. A su fallecimiento, aquella patria se partió en muchas repúblicas que habían añorado ser soberanas y decidir sus leyes por sí mismas. Los españoles deben bajar de una nube idílica para adaptarse a la verdad, la realidad y la lógica histórica. Si vienen a vivir aquí, entre nosotros, en esa tierra de pacto y de integración, solo se les pide respeto y ética.   

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