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La crisis no ha sido ni casual, ni neutral

Mario Martín

Desde que los primeros síntomas de la crisis aflorasen en nuestro país, allá por 2008, empezamos a escuchar el mantra de que ello era porque los españoles habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, nos habíamos acostumbrado a una sanidad que no podíamos pagar, a una educación a la que todo el mundo parecía tener derecho, a una Ley de Dependencia que no había presupuesto que lo pudiera soportar e, incluso, a unos derechos laborales que defendían el factor trabajo y el viejo sueño de que te pudieras jubilar en tu empresa de toda la vida.

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Pero los adalides del liberalismo, entendido en clave de “amiguetes” o como recreación de la “Ley del Embudo”: la boca ancha para los propios y la boca estrecha para todos los demás, encontraron su “momento oportuno” con el inicio de la crisis, para cambiar las reglas de compromiso asumidas en los últimos decenios, así llegaron los recortes sociales, los ajustes fiscales que cargaron la imposición en tributos indirectos y tasas, el copago sanitario, el “pseudo argumento” de la contención del déficit público que no evitó la asunción de un rescate financiero de más de 40.000 millones euros del que su única certeza es que no se recuperará y, por supuesto, la reforma laboral que hizo estallar por los aires el sistema de protección de los asalariados de este país, y que fue utilizada para sembrar España de desempleados a ritmo de ERE's, mientras que quienes sí han conseguido seguir trabajando han visto endurecerse sus condiciones de trabajo y los salarios medios.

La declinación de los hechos hasta ahora enumerados podría ser realizada por cualquier ciudadano español por su experiencia en carne propia en estos años, pero es que los datos oficiales de la Contabilidad Nacional, publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), lo ratifican y ponen negro sobre blanco, certificando que, desde el comienzo de la crisis, las rentas salariales han perdido 2,8 puntos del PIB en el reparto de la riqueza nacional (más de 28.000 millones euros), mientras que los beneficios empresariales han ganado 0,9 puntos de PIB (más de 9.000 millones de euros), con todo ello el peso de los salarios en el PIB ha caído hasta el 47,20%, habiendo perdido más de tres puntos de margen en relación al excedente bruto de explotación (beneficios empresariales) desde el inicio de la crisis. Es decir pierden los más (los trabajadores) y ganan los menos (el empresariado), toda una nueva demostración del incremento de la desigualdad que se está aplicando sobre España.

Pero el desigual reparto de la riqueza no tiene que ver únicamente con la crisis. Durante la recuperación se ha consolidado esta tendencia. Los datos de la Contabilidad Nacional indican que mientras la remuneración por asalariado, a precios corrientes “con inflación”, crece a un ritmo anual del 0,90% (cuarto trimestre del 2015), los beneficios empresariales aumentan a un 3,50%.

El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define la palabra “crisis” como: “cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación”, y desde luego “cambio profundo” y de “consecuencias importantes” ha habido y parece evidente que lo que hemos sufrido, y seguimos sufriendo, es una crisis, pero viendo con perspectiva sus efectos y cómo nos ha impactado en la distribución de la tarta de la riqueza, podemos decir que no ha sido ni casual, ni, mucho menos, neutral.

Como tantas veces ocurre con las obras del hombre, hay vencedores y vencidos, basta “seguir la pista del dinero” como le recomendaron al periodista Bob Woodward, del Washington Post, al investigar la trama Watergate, para comprobar como el puzle de lo ocurrido queda completado a nuestra vista.

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