Era de esperar: después de años en los que Barcelona se ha promocionado como destino turístico ideal para la juerga descontrolada, permisiva con los incívicos, con gran oferta de pisos turísticos (legales o no) donde todo vale, con establecimientos abiertos las 24 horas donde abastecerse sin límite de bebidas alcohólicas, es ahora cuando llega el momento de las lamentaciones. Las autoridades son responsables por su desidia en el control de las actividades permitidas en nuestra ciudad. Algunos empresarios también son responsables por anteponer su afán de negocio a un mínimo de ética empresarial que compatibilice su actividad con la convivencia ciudadana. Y también algunos propietarios de pisos, por permitir la instalación de apartamentos turísticos, sin importarles las molestias a sus vecinos. Barcelona ya no es la que era. No hay más que observarla con sentido crítico (y nostálgico). La hemos vendido entre todos y la hemos convertido en un mero artículo desechable. Sí, sí: de usar y tirar.