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Carta de una madre primeriza: "Estoy harta de que todos me digan cómo debo cuidar de mi bebé"

Lo peor de ser madre es, aunque parezca mentira, soportar al resto de madres. Sobre todo si, como yo, tienes cara de niña y, encima, de persona afable y dócil. Ya el día del parto, en la misma clínica, la mitad de las mujeres de tu familia te saturan a consejos que como madre primeriza tienes que escuchar pacientemente aunque no estés de acuerdo, y te alertan sobre todos los errores que ese día vas cometiendo en cada uno de tus acercamientos a tu bebé, cuya salud casi parece haber estado amenazada por tu negligencia en esas primeras 24 horas de vida.

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Luego sales a pasear a tu hija por la calle y tus vecinas te suben la capota del cochecito sin preguntarte tu opinión y afirmando con rotundidad: “Lo tienes que llevar así. Lo sabes, ¿no?”. Pues no: el contacto de la luz solar con la piel es fundamental para el bienestar del crío, a menos que sea verano a las dos de la tarde. Pero como tengo más educación que ellas, me callo y espero a que se vayan para volver a bajar la capota. Otro día estoy en una sala de espera y la niña llora. Unas señoras afirman: “Le duelen los dientes”. Les digo: “No, es que le toca comer”. Respuesta: “Pues claro que le duelen los dientes”.

Una hasta se atreve a decirme que vaya corriendo a la farmacia a darle no sé qué medicamento (esa es otra: la de atiborrarles a medicinas). Pero, ¿cómo se atreven a decidir qué tiene o no tiene un bebé que no habían visto jamás? Otro día te dicen que no has abrigado lo suficiente a la criatura. Ese es otro de los tópicos: hay que taparlos hasta que solo se les vean los ojos, como si viviéramos en Siberia, para asfixiarlos y, de paso, volverlos débiles y enfermizos.

Y así, allá a donde vayas, el resto de madres te vigilan, como al acecho, muertas de ganas de verte “cometer un error” para echársete encima con su sabiduría infinita. Yo jamás me atrevería a decirle a un padre o madre si la forma de cuidar a su hijo me gusta más o menos, ni mucho menos si está bien o mal (excepto casos gravísimos, claro está), y mucho menos a padres desconocidos. ¿Por qué no respetan a los demás padres? Es una cuestión de educación.

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