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Carruajes tirados por caballos: una costumbre cruel y anacrónica

Carruajes por las calles de Barcelona.

Carruajes por las calles de Barcelona. / RICARD CUGAT

Se cumplen dos años de la muerte de Neret en Montjuïc. Se desplomó mientras regresaba a sus cuadras en la hípica La Foixarda tras haber trabajado todo un caluroso día de agosto tirando de un carruaje turístico. En febrero de este mismo año ha muerto otro caballo en Torrelles de Llobregat, tirando de una carreta en el cruel festejo de Els Tres Tombs. Otros tantos, hace pocos meses, en la romería de la virgen del Rocío, en Andalucía. Y como si nada, todo sigue igual.

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El caballo es un animal domesticado que sirve al ser humano desde los inicios de la humanidad. Ha padecido los peores sufrimientos: llevar guerreros en su lomo, morir lacerado en batallas inútiles, atado a carruajes para transporte humano y de carga, para labrar tierras, sometido a sobreesfuerzos practicando hipismo...

La evidencia histórica más antigua del uso de la rueda data del año 3.500 antes de Cristo. Piensen que el motor, máquina productora de energía mecánica, fue inventado en el siglo XIX. Son más de cuatro milenios, por lo menos, de explotación, abuso y maltrato de esta noble especie. El caballo, como símbolo épico, tiene también significativa presencia en la literatura universal. Retratado como un animal de poder inconmensurable, el imaginario social le forjó un halo de fortaleza irreal. Ahí están ejemplos como Pegaso, el caballo alado de Zeus, o la ascensión al cielo de Mahoma montado en Buraq. Las Navidades les enseñan a los niños que los renos trasladan a Papá Noel sin esfuerzo y sonriendo por los cielos; el Zorro hace justicia con la ayuda de su caballo y el Quijote aborda sus tercas hazañas junto a su fiel Rocinante.

La realidad es diferente. Los caballos son animales muy sensibles y, para nuestra sorpresa, no son motores. Que se los utilice para tal fin no significa que sea el sentido de su existencia. Lo dice claramente Foucault: que sea normal no significa que sea lo correcto.

Arrastrar carruajes (y en un entorno urbano, ruidoso y apabullante) es dañino para su salud: cargar más del 50% de su peso corporal, elementos antinaturales colocados que le lastiman el cuerpo, bocados que inflaman encías, altas temperaturas y deshidratación, cólicos estomacales, lesiones articulares y musculares... Detrás de su falsa apariencia de invencibles, sufren desórdenes fisiológicos, anatómicos y emocionales. Debido a su naturaleza herbívora, ocultan los signos de debilidad para evitar ser percibidos por sus depredadores. Estemos atentos a la humana tendencia de la negación.

Sería un gesto de evolución moral que la sociedad empezara a empatizar con estos équidos esclavizados. Ya no hay necesidad de que perpetuemos usos y costumbres crueles y anacrónicas para ellos. Este maltrato sin necesidad otorga a Barcelona una estampa medieval muy disonante con el aire modernista que la caracteriza.

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