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'Brexit': "Cómo me va a molestar un extranjero"

Favorables y contrarios al ’brexit’, ante Downing Street, la residencia del primer ministro británico.

Favorables y contrarios al ’brexit’, ante Downing Street, la residencia del primer ministro británico. / REUTERS / KEVIN COOMBS

Pregúntame si me acuerdo de ellos. Primero fue uno, luego dos... Era raro verlos, pero eran inconfundibles, con su piel africana llena de noche, con sus carritos de supermercado llenos de materiales que nosotros, ciudadanos europeos, habíamos descartado. Después se fueron multiplicando, con el aumento de la crueldad de la guerra civil en su país, y a finales del 2002, los liberianos habían tomado el antiguo cuartel de la calle Palomar como refugio en nuestro barrio de Sant Andreu.

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Y era raro no verlos, con sus dientes blanquísimos y su incansable trajinar de carritos de compra, o esperando, en un hondo silencio, al lado de un contenedor de basura que el supermercado de enfrente de mi casa desechara productos caducados. Pregúntame si me molestaba verlos, pregúntame si me cabe en la cabeza que a alguien les molestara verlos, tan altos y educados, tan tristes, tan sin nada y sin embargo felices de estar vivos; pregúntame si no era mejor sentirse alegre porque les podíamos dar un poco de cobijo, un lugar lejos de los machetes que cortaban las manos, unas calles sin sangre.

Qué me va a molestar a mí un extranjero, a mí que nací en todas partes. Yo les di ropa un día, no fue ninguna hazaña, me iba a mudar, y al primero que encontré le regalé todo lo que ya no quería. Pregúntame si creo en el karma. El hombre se llevó todo en el carrito y antes de darme la  espalda me bendijo, me regaló un "God bless you" en su perfecto inglés. Y Dios oyó, a partir de aquel día todo me salió bien, creció mi empresa, me fui a vivir con Mònica, tuvimos dos nenas hermosísimas, hice un montón de cosas.

Me acuerdo de ese día, hoy que mis compatriotas ingleses decidieron que mis compatriotas polacos son molestos de ver, y que prefieren que se vayan, aunque se estén cavando un agujero debajo de las suelas, aunque nos estén metiendo a todos dentro de un pozo negro, negro como la bella piel de aquel compatriota liberiano que una vez me bendijo.

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