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Barcelona tiene poder
Numerosos ciudadanos congregados en la Rambla de Barcelona, tras el minuto de silencio. FERRAN NADEU / FERRAN NADEU
Adrià Huertas Vidal
La noticia me cogió en Les, un pequeño pueblo de la Vall d'Aran que celebraba su fiestas. Conmemoraban los 25 años de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Familias enteras y amigos celebraban el verano en que Barcelona se colocó en el mapa. Los nombres de las ciudades olímpicas coloreaban el negro y caluroso asfalto pero muchas de ellas tenían algo más en común que la celebración de unos juegos: habían sido zarandeadas por el yihadismo.
Entretodos
No sabía que un atentado en Barcelona me afectaría tanto. En mi cabeza no paraban de rebotar las noticias. Todo lo que leía, escuchaba o veía estaba de más. En estos casos, el mal uso del medio convierte a las redes sociales en armas de información masiva que promueven el caos, la inseguridad y la incertidumbre.
Sentía rabia por el atentado en sí e impotencia por la ola de islamofobia y racismo que produciría en una ciudad que amo tanto. Entonces, comencé a leer artículos sobre lo que han bautizado como la 'Barcelona solidaria'. Los hoteles ponían disposición sus habitaciones a los residentes en la zona que no pudieran llegar a sus alojamientos, sanitarios ofrecían sus servicios a hospitales, colas para donar sangre o taxistas haciendo viajes gratis para desalojar el centro de Barcelona. Pero lo que más me emocionó fue la asistencia que vecinos cercanos a la Ronda de Dalt dieron a los que estaban encerrados por el control policial.
No sabía que podíamos ser tan solidarios. Pero sí que sabía que había gente capaz de coger una furgoneta y atropellar en nombre de un Dios. Me sorprendió que hubiese tanta gente buena y normalicé que existiera la mala. Entonces entendí que estamos más acostumbrados a las malas noticias que las buenas.
En los JJOO de 1992, Barcelona fue marcada como una ciudad olímpica más y 25 años después había entrado en la lista de las capitales europeas golpeadas por el yihadismo. Y recordé la canción emblemática de Peret en aquellos JJOO y me dije a mi mismo: Barcelona tiene poder. Como lo tuvo París, Bruselas, Manchester o Londres. O como lo tienen cada día Yemen, Jordania o Líbano, entre muchos otros. Porque los buenos somos los que tenemos poder aunque muchas veces no tengamos el poder. Porque nuestra fuerza reside en la diversidad, en la libertad de expresión y el respeto. Prescindir de estos valores nos llevará por los mismos caminos de odio e intolerancia por los que vinieron ellos. No tenim por, tenim poder.
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