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Banco Popular: Los ahorros de toda una vida, en el aire

Oficina del Santander junto a otra del Popular esta miércoles en Madrid.

Oficina del Santander junto a otra del Popular esta miércoles en Madrid. / JUAN MANUEL PRATS

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Aún sabiendo que nunca leerá esta carta, no quiero dejar de escribirla aunque solo sea para desahogarme. Soy hija de uno de los afectados por la venta del Banco Popular. Mi padre lleva siendo cliente del banco desde hace más de 40 años y accionista minoritario desde la primera ampliación.

Pero, se preguntará por qué les escribo yo y no él mismo. La explicación es fácil: mi padre no sabe nada de internet, de redes sociales, de abogados o de valores bursátiles, a pesar de ser accionista. Sin embargo, tiene muchos másteres y doctorados en valores de la vida como el respeto, el esfuerzo, la honestidad, la verdad, la confianza. Maldito valor este último, que le llevó a confiar en los empleados de Banco Popular cada vez que le llamaban a casa ofreciéndole uno de sus maravillosos productos que le han llevado a perder la sonrisa. 

Mi padre tiene 82 años recién cumplidos el 31 de mayo y ¿sabe usted cuál ha sido el regalo de cumpleaños que su banco de toda la vida le ha hecho? Dejarle sin ahorros. Esos que tanto esfuerzo le costaron. No los hizo sentado en una mesa de oficina, con calefacción en invierno y aire acondicionado en verano, o comprando y vendiendo acciones para especular. No, esos ahorros los consiguió recorriéndose las carreteras de toda España con su camión, perdiéndose momentos importantes en la vida de mi hermana y en la mía propia, pasando noches fuera de casa para podernos dar esos estudios que la vida a él le negó y que tanto hubiera disfrutado poder tener. 

Antes de todo esto, yo admiraba al Banco Santander. La verdad es que no sé por qué porque siempre he sabido poco de ustedes, pero por alguna razón inexplicable ahora, me infundían confianza. Otra vez ese maldito valor que supongo he heredado de mi padre. Incluso pensé en trasladar mi cuenta de La Caixa a su banco. Hoy bendigo el día en que no lo hice. No quiero tener nada que ver con un banco que difunde una falsa imagen de cercanía, de transparencia y de familiaridad. Ahora me avergonzaría pertenecer a una entidad en la que valoran con 1 euro a sus clientes. No sé cómo terminará todo esto, pero solo pido una cosa: que mi padre no muera antes de ver cómo sus ahorros vuelven al sitio del que nunca debieron salir. 

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