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¿El arte de matar toros, patrimonio cultural?

El torero José Tomás, en la última corrida de toros que se celebró en la plaza Monumental de Barcelona en septiembre del 2011.

El torero José Tomás, en la última corrida de toros que se celebró en la plaza Monumental de Barcelona en septiembre del 2011. / RICARD FADRIQUE

Marta Ruiz del Valle Guitérrez

Imagina que un día, mientras paseas por el campo, alguien te rapta. Sin saber dónde te lleva, te encierra a oscuras. Puede que en cualquier momento te prive de comida y agua, te afeite la cabeza al 0 y te suministre laxantes para que te debilites lo máximo posible. Cuando al fin vuelves a sentir el aire libre, a vista de adultos y, según donde, niños, alguien te clava lanzas que te desgarran los músculos, nervios y vasos sanguíneos hasta la muerte. Porque sí, en eso consisten las corridas de toros.

Ante tal horror, comunidades autónomas como Canarias, Galicia, País Vasco, Baleares o Catalunya han movido ficha para la abolición de las corridas. Esta última comunidad consiguió su prohibición tras una multitudinaria recogida de firmas y la consecuente Ley del Parlament del 2010. Ahora, sin embargo, el Tribunal Constitucional considera que es una ley anticonstitucional.

¿El motivo? Lo que unos consideramos tortura animal, otros lo llaman arte. En consecuencia, en el 2013, el PP aprobó, sin el apoyo de ningún otro partido, una ley por la que la tauromaquia pasó a ser considerada como patrimonio cultural. Porque claro, ver cómo destrozan cada parte de ese ser, observar como expulsa sangre por la boca y como sus patas flaquean hasta rendirse ante el torero, es pura cultura. Algo digno de enseñar en los colegios y de lo que presumir ante cualquiera. Si a los catalanes nos vuelven a imponer la tortura como parte de nuestra identidad, muchos nos avergonzaremos de ésta.

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