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Ana Vela, una barcelonesa de 114 años
Antonio Herrera
El día de Sant Jordi de 2016 fue un día muy especial y emotivo. Como 'conseller' de Memoria Histórica del distrito de Sant Martí entregué rosas en el Casal de Gent Gran y Residencia de la Verneda, barrio donde me crié. Me acompañaba Xavier Bañón, del PSC.
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El director de la residencia, David González, nos acompañó a saludar a la señora Ana Vela Rubio, que tiene 114 años y sorprende por su gracia, simpatía, su tremenda energía y desparpajo. Un equipo de profesionales: auxiliares, enfermeras y médicos atienden y miman a los pacientes, que por su grado de dependencia necesitan una gran cantidad de cuidados. Fue en abril de 2008 cuando Ana Vela ingresó como residente. En el espacio que ocupa la residencia estuvo la fábrica S.F.Vila, que se dedicaba al blanqueo, tintes, aprestos y estampación de tejidos.
Ana Vela Rubio nació con la llegada del nuevo siglo XX, el 29 de octubre de 1901 en Puente Genil, Córdoba. La familia se trasladó a Catalunya a mediados de los años cincuenta, donde Ana Vela empezó a trabajar como cortadora y modista en el Hospital del Tórax de Terrassa. Su hija Ana la define de carácter fuerte, luchadora, un ejemplo para sus hijos. Ana atribuye la longevidad de su madre a su extrema bondad y su perenne alegría, pese a haber vivido tres guerras, las dos mundiales y la Guerra Civil española. Y lo peor es sobreponerse a la muerte de una hija cuando esta tenía solo diez años, y a la de su hijo mayor.
Ana Vela hija tenía nueve años cuando estalló la Guerra Civil. Por la noche las vecinas venían a su casa a escuchar en la radio el parte de guerra. Me contaba: “Antonio, mi madre no quería que nosotros estuviéramos presentes, se enfadaba si no le hacíamos caso. Cuando bombardeaban de noche nos íbamos al campo, del frio que pasábamos nos dolían los oídos y la garganta. Estoy muy orgullosa de mi madre, nos transmitió los valores que ella practicaba: educación, disciplina y organización. Nunca tuvimos necesidad de pedir nada, ni a la familia, ella siempre tenía unos ahorrillos. Mi abuelo era ciego, se llamaba Pedro Vela”. Para Pedro, su hija Ana era su lazarillo, mientras su mujer, Dolores, se quedaba en casa haciendo las labores del hogar. Mientras hablamos se acerca el amigo Antonio Jiménez y me dice: “Antonio, aquí tienes historia”.
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